YOAILIDY MARTÍNEZ / PL – Datos de un nuevo censo nacional 
revalidan a todas luces que el futuro demográfico de Canadá está en 
manos de los inmigrantes pero también en los indígenas, sector golpeado 
por añejos problemas de pobreza, marginalización y discriminación.
El estudio Statistics Canada-2011 constató un acelerado
 crecimiento de la población autóctona, compuesta por un millón 400 mil 
685 nativos de las comunidades mestizas o Metit, las esquimales o Inuit,
 y las llamadas Primeras Naciones.
Sin embargo, desde hace siglos los originarios arrastran
 grandes brechas socio-económicas y son objeto de perfiles 
discriminatorios que los mantienen con una alta tasa de desempleo y 
excluidos del resto de la sociedad canadiense.
Incluso, el relator de Naciones Unidas determinó el año 
pasado que 800 mil hogares no tienen acceso a una alimentación sana y 
suficiente, lo cual incrementa el riesgo de enfermedades, trastornos de 
conducta y en el desarrollo físico de cualquier ser humano.
Muchos analistas políticos atribuyen esas disparidades a
 que el Estado no cumple a cabalidad con los tratados que reconocen a 
los aborígenes, los eximen de impuestos, les dan derecho a la caza y 
pesca si viven en reservas, y ofrecen algunos beneficios de salud y 
educación.
También coinciden en que las desigualdades se 
acrecentaron bajo la administración conservadora del primer ministro 
Stephen Harper, censurado por distintas instituciones de la ONU por las 
fallas en la atención integral a ese segmento.
De acuerdo con un informe de la Oficina de Investigación
 Correccional, presentado en marzo pasado en la Cámara de los Comunes, 
la proporción de prisioneros indígenas en Canadá aumentó en 40 por 
ciento en el período 1991-2011 y enfrentan sentencias más fuertes bajo 
extremas medidas de seguridad.
Ese reporte mostró que los nativos son el 23 por ciento 
de la población carcelaria del país -o sea uno de cada cuatro reos-, son
 condenados a plazos más largos, permanecen más tiempo confinados y son 
víctimas de un estigma sistémico en los órganos de justicia.
El director de la Oficina, Howard Sapers, denunció que 
esas personas tienen menos posibilidades de obtener la libertad 
condicional y son más propensos a que se les revoquen por problemas 
menores.
“Las disposiciones legislativas específicas para 
aborígenes están financiadas insuficientemente de forma crónica, están 
sin utilizar y son aplicadas de forma desequilibrada por los servicios 
penitenciarios”, dijo el investigador.
El Comité de la ONU sobre los Derechos del Niño avaló 
esos argumentos cuando censuró al gobierno de Harper por aprobar una ley
 que estigmatiza y facilita juzgar como adultos a menores de origen 
indígena, pero también a afrodescendientes, inmigrantes o 
discapacitados.
Para esa entidad mundial, la legislación C-10 de 2011 
incumple con las normas internacionales en materia de respeto a las 
garantías de los infantes, es demasiado punitiva y no lo suficientemente
 reparadora.
En consecuencia, el Comité estimó necesario crear una 
comisión nacional para velar por los derechos de los niños autóctonos al
 considerar que viven bajo total vulnerabilidad y están abandonados a su
 suerte por un sistema federal carente de transparencia y de una 
política clara para atenderlos.
La situación de las féminas originarias también es 
crítica y éstas aun son víctimas de prácticas coloniales que las 
relegaron a roles subordinados, las deshumanizan y alientan la imagen de
 verlas como meros objetos sexuales sin rostro.
Se estima que en los últimos años al menos 600 niñas y 
mujeres canadienses de ese sector desaparecieron, fueron asesinadas, 
maltratadas y violadas, muchas por la policía, pero el Gobierno no 
indagó lo suficiente en ningún caso, no buscó culpables y sigue sin 
adoptar recursos legales para evitar esos crímenes.
Tras varios años de reclamo y denuncias en múltiples 
espacios internacionales, el Parlamento decidió en marzo pasado crear 
una comisión multipartidista para investigar esos sucesos violentos y 
proponer soluciones en febrero de 2014.
Esas y otras problemáticas de infraestructura, limitado 
acceso a la educación y a los servicios de salud, más las desigualdades 
consecuentes de las férreas políticas fiscales del Estado para compensar
 su déficit presupuestal, conllevaron a los originarios canadienses a 
agruparse bajo el movimiento Idle no More (no más pasividad) a finales 
de 2012.
El levantamiento creció a nivel nacional durante varios 
meses en busca de respuesta federal a esas cuestiones, así como respeto a
 los derechos ancestrales de los aborígenes y el cese de medidas 
gubernamentales nocivas para la naturaleza.
Expertos y medios de prensa llegaron a comparar a la 
campaña con la llamada Primavera Árabe de 2010 o con el movimiento 
global de protesta conocido como Occupy, que en 2011 sacudió las 
principales potencias del planeta en demanda de un nuevo modelo 
económico, político y social.
Los entendidos citaron como similitud el móvil común de 
descontento popular que dio paso a tales procesos, su rápida expansión y
 aceptación entre diferentes sectores sociales, la visión final de 
construir sociedades más justas, sanas y sostenibles, así como la 
repercusión a escala internacional.
Idle no More ganó eco en naciones como Estados Unidos, 
Reino Unido, Australia, Nueva, Zelanda, Ucrania y Colombia, donde 
organizaciones civiles destacaron la férrea decisión de los aborígenes 
canadienses de poner fin a la relación colonial con Ottawa y defender 
sus garantías constitucionales.
Gracias a los esfuerzos de los originarios, funcionarios
 de la ONU revisarán el año próximo la atención que les concede el 
Gobierno en esferas como el acceso al agua potable, la vivienda y la 
educación, además de las gestiones federales para resolver los casos de 
mujeres y niñas desparecidas y asesinadas.
Ottawa autorizó al relator especial de la ONU sobre los 
derechos de los pueblos indígenas, James Anaya, así como a los miembros 
del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer y la
 Comisión Interamericana de Derechos Humanos a realizar las visitas.
Ahora resta saber si Harper y sus conservadores tomarán 
en cuenta las recomendaciones de esas inspecciones internacionales e 
implementen medidas inmediatas y decisivas para poner fin a la larga 
historia de indiferencia, abuso y exclusión de las comunidades 
ancestrales de Canadá.
 

 
 
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