miércoles, 12 de octubre de 2011

Habitar la Tierra, Helio Gallardo

Del libro HABITAR LA TIERRA,
Autor Helio Gallardo,
Pág. 78-86.

Centro de Estudios Ecuménicos,
Segunda edición corregida,
Enero 2004.

Lo político hace referencia a la sociabilidad fundamental. Los seres humanos, para poder vivir, deben trabajar y también tener hijos. Lo hacen estableciendo determinadas relaciones, no siempre enteramente voluntarias, entre ellos. División social y técnica del trabajo, propiedad colectiva o privada de la tierra, familia monogámica, son algunas de las instituciones e institucionalizaciones (legitimación) que ponen de manifiesto esta sociabilidad fundamental. Un espacio o medio excepcional para poner de relieve el carácter (sentido) de esta sociabilidad fundamental es la vida cotidiana.
El “carácter” diverso que puede alcanzar la sociabilidad fundamental señala que en ella pueden materializarse relaciones o de mera cooperación o de interpenetración. En el último caso, como en la parábola del samaritano,29 se trata de la producción de comunidad mediante el reconocimiento práctico (compromiso material) del otro como sujeto. En el primero, de alcanzar objetivos particulares utilizando a otros como medios o instrumentos de esos fines. Asumir las legitimidades del otro desde mi autoestima es el proceso de conformación de comunidad. Usar al otro para mis fines particulares caracteriza una sociabilidad de mera cooperación. Desde luego, hablamos de tendencias y abstracciones.
Así, por ejemplo, en la familia, la relación de pareja puede expresar una doble utilización. El varón usa a su mujer como instrumento para satisfacer su virilidad, autoestima y status. La mujer utiliza al varón como medio de subsistencia. Esta pareja establece relaciones de mera cooperación con dominación masculina, pero su relación no conforma un espacio de constitución de sujetos. Puede parecer una familia “normal”, con hijos, y ellos mismos pueden estimarse en sus roles y funciones, pero cada cual está en la pareja por sí mismo. Como sus relaciones son exteriores, de utilización, no se trata, en realidad, de una pareja, aunque la determina y ampare así una figura jurídica.
La pareja como comunidad, en cambio, funciona según el principio de que lo que cada quien aporta en la relación no la empobrece, sino que hace crecer la vinculación, el proceso de autoconstitución de la pareja y de cada quién en ella. Dar sin perder, 30  aunque pareciera que no se obtiene nada a cambio, es el fundamento de una interpenetración no mercantil que es, asimismo, el criterio básico de una pastoral con raíz evangélica: entregarse para que todos crezcan. El amparo jurídico resulta aquí de una situación moral.
La sociabilidad fundamental, lo político, se pone de manifiesto en la cotidianidad, aunque sus referentes estructurales sean la división social del trabajo y las formas institucionalizadas de reproducción generacional.
En América Latina vivimos una cotidianidad degradada31 que pone de manifiesto adecuadamente una ausencia de comunidad o, lo que es lo mismo, la corrupción de su sociabilidad fundamental. En Colombia, por ejemplo, son sus signos las diversas guerras, las limpiezas sociales, lo socialmente aceptada figura de los “desechables”, en Guatemala, donde el indígena vale “menos que un animal, o como un gato cagado”, en la formulación de Rigoberta Menchú.32
En todas partes la extensión de la precarización y la pobreza y la obscena concentración  de riqueza y poder, la impunidad de los poderosos, la agresión permanente contra los débiles, en particular los campesinos, el sexismo, la exacerbación de la sexualidad genital, la ausencia de ternura, el decadente y segmentado imperio del emporio cultural, el clericalismo sin fe, el desamparo permanente, la destrucción de la Naturaleza.
Y, al mismo tiempo, la resistencia a que esta cotidianidad degradada no tenga alternativa: el humilde goce de la fiesta popular, la pastoral que se compromete acerada y tiernamente con los empobrecidas, las mujeres e indígenas que ganan en autoestima, las denuncias ecologistas, las comunidades eclesiales de base, la lucha popular, abierta a o clandestina, social y política, por entregarse mejores condiciones de vida, no de mera existencia o sobrevivencia y por transformar la sociedad.33
Esta cotidianidad degradada y que la dominación busca una y otra vez recomponer, expresa, así, tanto una lógica de dominación, un imperio, como una resistencia. Esta resistencia, plural, puede alcanzar el carácter de una lucha por la liberación. De hecho, ese es su referente estratégico, aunque quienes resisten no lo hayan interiorizado.
Señalamos antes que no se puede trabajar eficazmente por la liberación sin autoestima y sin el despliegue de un proceso de autoconstitución de sujetos. En la sociabilidad fundamental, la producción de comunidad equivale a la autoconstitución de sujetos. Una sociabilidad que no potencia la constitución de sujetos, es decir, dominada por antiespiritualidades y por la precarización y la muerte, es una sociabilidad corrompida que sólo puede recomponerse mediante degradaciones sucesivas. 

La lucha política popular se da aquí resistiendo y deteniendo estas recomposiciones mediante el testimonio cotidiano y personal de una sociabilidad que potencia o aspira a potenciar la vida. Lo político popular se expresa en la lucha por crecer como pareja, en la alfabetización, en la organización poblacional, en el taller de autoestima para jóvenes o mujeres, en la pastoral con raíz e incidencia social, en la huelga obrera, en las movilizaciones indígenas, en la transformación de las relaciones económicas de modo que ellas atiendan eficazmente las necesidades de todos. En la denuncia de las nuevas formas de la dependencia y del dominio imperial.
Si la autoestima es un testimonio que tiene que manifestarse en la cotidianidad, no hay cabida aquí, en lo político, para escindir o separar la resistencia social de la transformación política. Esta es la perspectiva popular.
La política indica las estructuras, instituciones y agentes que procuran la reproducción del sistema social,34 su sostenibilidad. Todas las sociedades buscan reproducir su lógica y legitimar las instituciones que la sirven, al mismo tiempo que intentan contrarrestar la resistencia que provocan. Este es el campo específico de la política. Tiene como referente nuclear al Estado, en sentido amplio (incluye iglesias y medios masivos, por ejemplo). Son instituciones políticas, el Ejército, la familia, el juego de partidos, la división de poderes, la Constitución, la escuela, etc.
Desde luego, sabemos que existen agentes sociales que buscan que el sistema cambie radicalmente su lógica (para lo cual hay que cambiar el sistema) o lo transforme significativamente. Estos agentes (pueden ser partidos, organizaciones político-militares, programas pastorales, etc.) forman también parte de la política. Se hace una parte de la lucha política tanto si incide en la sociabilidad fundamental (lo político), como si trabaja incidiendo directamente en las instituciones que buscan la reproducción o la cancelación de la reproducción del sistema (la política). Desde luego, se hace uno asimismo parte de lo político y de la política creyendo no intervenir en política. Se ayuda así, inercialmente, a la reproducción del sistema.
Lo que interesa, por tanto, en la política, es el sentido estratégico de la inserción, más que el lugar de inserción. Una lucha obrera reivindicativa salarial, por ejemplo, tiene alcance político si los trabajadores avanzan con ella en su proceso de autoconstitución de sujetos. Si se construyen así, entonces multiplican sus frentes de acción. Cuando un colectivo, como los franciscanos de la Provincia de [san Pablo en Colombia enmarca su inserción social en el campo de los Derechos Humanos, le están dando explícitamente un sentido político a su pastoral. Y este sentido político tiene alcances respecto delo que debe ser el carácter de la sociabilidad fundamental entre los colombianos (y entre todos los seres humanos) y también respecto de las instituciones y agentes que o reproducen y amplían (Fuerzas Armadas, por ejemplo) o buscan transformar la sociedad colombiana.
Menos dramáticamente, un colectivo como el Newence, en Chile, cuyo trabajo se orienta hacia jóvenes pobladores de Santiago, critica y transforma, mediante la multiplicación de espacios de encuentro y organización, la sensibilidad degradada con la que la sociedad chilena dominante embota y malogra a esos jóvenes y busca potenciar en ellos una legítima autoestima. Este es un trabajo social y político que incide, como el de los franciscanos en Colombia, en lo político (cotidianidad, identidad) y en la política (alternativa formativa).
El sentido estratégico de una inserción social y política popular supone raíces y lectura actual de esas raíces. La tradición, entendida correctamente, o memoria de lucha, se constituye mediante la lectura actual  (signos de los tiempos) de las raíces. Por supuesto esa lectura se orienta hacia tareas y el cumplimiento de las tareas exige alguna forma de organización que sea funcional para su cumplimiento. No es raro que esas tareas se articulen en un proyecto de vida que se plasma en un programa de acción. Proyecto y programa (trayecto) se dicen respecto de un horizonte de esperanza que, usualmente, recibe el nombre de utopía.
Una utopía guía, orienta las esperanzas y nutre los proyectos y acciones populares. Sus luchas particulares y específicas. Es una condición de la permanente revisión de las raíces. Estos son los factores y la lógica de una inserción política popular estratégica y no su incidencia directa en las instancias que el imaginario burgués considero, interesada y reductivamente, como propiamente políticas (partidos, Estado, etc.). Dicho sea, de paso, el imaginario burgués reduce la esfera política a la consideración del funcionamiento de sus instituciones e invisibiliza, como si fuera natural, el sistema de poder social (sistema de dominación, imperio). Desde luego, una inserción política popular estratégica revisibiliza, para resistirlo y derrotarlo, este sistema de dominación.
En la medida que los sectores populares no son masas, sino grupos con diversas raíces y lecturas con distintas y cambiantes utopías, que privilegian conflictividades diferenciadas e irreductibles (clase, género, situación, generosidad, etnia, religiosidad, etc.), es decir, en la medida que la categoría de pueblo designa una entidad compleja y no homogénea, puede indicarse que la lucha popular es heterogénea, incluso al interior de un mismo sector, y que se puede estar de diversas formas por la liberación.

Esto quiere decir que la política es un campo de pugnas, de polémicas, de procesos y despliegues y de articulaciones cambiantes, más que de estados, dogmas e institucionalizaciones. En lo que nos interesa, la política popular no debe construir sábados que matan –como los prejuicios raciales que impidieron el acercamiento del ladino pobre guatemalteco y Rigoberta Menchú en una situación que comentamos anteriormente--,35  sean éstos de inspiración clasista, partidista, de género o campesinos o franciscanos o newencianos. Y si la urgencia de la práctica lleva a configurarlos, esa misma práctica, tomada reflexión, debe poner a los actores populares en condiciones de criticarlos y revertirlos.
La política popular es un proceso abierto, en articulación y crecimiento constantes, al diálogo con la historia de los diversos sectores que conforman los pueblos, es un proceso abierto a sus variados despliegues y a sus posibilidades de vinculación. Crece por ellos y desde ellos.
Si la política popular no se nutre de la historia social y cultural de su pueblo, entonces no es política popular. Se puede estar de diversas  formas en la lucha popular, pero atender y aprender con humildad (llenarse de pueblo) y buscar la autoconstitución de sujetos (darse para crecer con otros) son algunos de sus valores irrenunciables. Por lo tanto, no debe asustar ni sorprender la polémica, la pugna ni, muchas veces, el desencuentro en la política popular.
Los sectores populares expresan su resistencia y su voluntad de liberación de diversas maneras y desde distintos lugares sociales: económicos, libidinales, culturales, políticos. Lo más importante para la lucha política popular es que el actor (actores) que la lleva a cabo no pierda sus raíces. Si las pierde, no llegará hasta el fin. Y esa lucha puede ser estimada, desde un punto de vista popular, como una derrota.
Resumamos la inserción en la política se juzga por el carácter de la intervención social (sentido estratégico liberador o de dominación), más que por el lugar social en el que ella se produce. Si una pastoral es liberadora, y esto quiere decir que está sostenida y penetrada por una espiritualidad liberadora, en el sentido que lo hemos discutido, es política. Pero el punto vale de la misma manera para las pastorales y los trabajos sociales no-liberadores. Son políticos.
Los escenarios políticos son los espacios sociales abiertos y determinados por los agentes, actores y protagonistas políticos. Los parlamentarios o diputados suelen operar en el escenario del Congreso. Una marcha campesina por la tierra y contra la represión hace de los caminos y carreteras un escenario político. Una campaña de alfabetización con contenido estratégico popular determina variados escenarios políticos. Algunos de los anteriores escenarios son clásicos. También lo son los dibujados por las FARC y el ELN, en Colombia. Sólo que estos escenarios son ilegales y en parte clandestinos. Los anteriores eran legales y abiertos, o casi.
El movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), DEL Perú, logró desplazar, en los primeros meses del 97, el eje de la política peruana con su toma de la residencia del embajador japonés en Lima. Con ello, redefinió los escenarios políticos nacionales e incluso, quizás, abrió una nueva coyuntura con incidencia internacional. Por eso el presidente Fujimori intentó recuperar protagonismo en un escenario que no le favorecía. Estos escenarios son políticos tanto porque sus agentes son clásicamente políticos como porque su acción se orienta o hacia la reproducción o hacia el bloqueo de la reproducción del sistema o de aspectos de ella.
Los escenarios políticos, por tanto, no están predeterminados de una vez y para siempre. Desde el punto de vista popular, dependen del carácter e incidencia estratégicos de la práctica. Los escenarios políticos son creados por los actores y protagonistas políticos. Otra vez, el punto central no es el ámbito social en el que se interviene, sino el carácter de la inserción e intervención. Dicho sumariamente, los sectores populares tienen la obligación de multiplicar los escenarios políticos.
La lucha feminista y de las mujeres, por ejemplo, hizo de la relación de pareja un escenario político. Lo mismo la resistencia de los jóvenes que procura hacer de las relaciones generacionales un escenario político. Los ecologistas han redimensionado los escenarios políticos y han ampliado sus contenidos.
En una situación ya analizada. Rigoberta Menchú buscaba gestar un nuevo escenario político en Guatemala al interpelar como su semejante social al peón ladino empobrecido.
Un escenario político tradicional puede ser, asimismo, reconfigurado, mediante nuevas presencias y métodos de resistencia y lucha (efectiva presencia indígena y de otros sectores populares en los parlamentos, por ejemplo. O control popular de los municipios)
La caracterización de un actor como político, entonces, tiene que ver con su capacidad para incidir en la reproducción (espiritualidad, lógica, instituciones) social y está vinculada con su capacidad operativa para crear y sostener (y sostenerse) escenarios políticos. Su incidencia puede ser local, regional o nacional. También, internacional. Hay que distinguir por ello entre la incidencia espacial, local, por ejemplo, y su sentido estratégico, siempre global.36  Por eso se exige que las experiencias locales, con contenido estratégico popular, sean difundidas, comunicadas, conocidas. Para ello se pueden crear espacios de encuentro, redes de solidaridad o forjar alianzas. Todas ellas son formas políticas populares de articulación constructiva Sobre esto se retomará más adelante.
Otro rasgo de la acción de los actores políticos populares que interesa destacar aquí es su tendencia a estar en control o a ganar control sobre los procesos en que inciden. Para decirlo apresuradamente, los actores populares son casi siempre oposición, actores contestatarios, y por ello necesitan estar en control o ganar el control sobre sus procedimientos de incidencia y sobre el alcance o efectos de su intervención.
No hay política popular sin descernimiento y planificación desde raíces. Desde luego el control, ligado al proceso de autoconstitución de sujetos (autoestima), que nunca puede ser total, no garantiza el éxito. Y esto nos lleva quizás a una última constatación: los sectores populares no están predeterminados –pese a la justicia de su causa y al eventual vigor de su acción—para ganar. Pueden ser derrotados. Pero si lo son, ojalá hayan dado su pelea.

 

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