jueves, 16 de junio de 2011

Caravana-Reflexiones CEE V / Les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne (Ez 11,19)

Les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne (Ez 11,19)

¿Cuánto dolor puede soportar el corazón humano? ¿O cuánto dolor puede llegar a infligir? ¿Cuánto dolor puede ser capaz de curar? ¿Cuánto, capaz de ignorar?

El día 8 de junio, quinto de su recorrido, la Caravana del Consuelo pisó finalmente suelo chihuahuense, en la recta final hacia el epicentro del dolor, la valiente y adolorida ciudad de juaritos. Hacia la media noche llegamos a la ciudad de Chihuahua con el corazón cansado de tanto sufrimiento hecho voz en las palabras de las víctimas que a lo largo del camino fueron sumando su dolor, pero también su esperanza, a la caminata por la paz justa y digna. Ardió nuestro corazón y se inflamó con emotivo recibimiento de la gente, que esperó cerca de 5 horas en la plaza central nuestra llegada. No hubo mitin, ni dolor en ese momento, sólo la alegría de reconocernos en el camino y en la comida compartida. Fue un bálsamo, agua fresca en terreno desértico. Fue el apapacho de nuestros hermanos y hermanas, que en su dolor, pueden aún dar alegría.

9 de junio fue la marcha más grande tenida hasta el momento. Caminamos con entusiasmo y coraje, levantando la voz y tocando los corazones de muchos aún anestesiados ante esta guerra que devasta las ciudades de nuestro país. El llamado frente al palacio de gobierno de chihuahua, justo donde la luchadora social Marisela Escobedo fue impunemente asesinada, fue enérgico. La pregunta cada vez más recurrente: ¿Dónde están? Dónde están los desaparecidos y desaparecidas, las autoridades y la justicia, la población, Dios… Si bien es claro que al paso de la caravana se rompió el silencio de la ignominia, aparecieron rostros y rostros de las víctimas, también es claro que son muchos más los que han preferido permanecer al margen, por temor, pero también por indiferencia, que sumada a la de las autoridades, convierten en piedra el corazón de la sociedad mexicana ante la muerte de los inocentes y la injusticia que ha puesto su tienda entre nosotros.

Es un reclamo legítimo preguntar donde están más de 100 millones de mexicanos y mexicanas. Y es responsabilidad de todas y todos no sólo responder, personalmente, a esta pregunta, sino sobre todo hacer posible que la voz de las víctimas rompan el cerco mediático impuesto al tema de la guerra de Calderón y a sus consecuencias en la vida cotidiana de miles y millones de personas. No puede seguir negándose una realidad que devasta el país. No vale más el argumento de que la violencia es un hecho asilado, propio de algunos lugares allá muy lejos de nuestra cotidianidad. NO es verdad. La realidad es totalmente otra y dura: la violencia y la guerra existen como el componente esencial de nuestra cultura, y afecta todos los estratos de nuestra vida. Por ello, mucho menos debe valer el argumento de que, como la violencia no me afecta, entonces no me siento responsable de ayudar a quienes son víctimas de ella. La indiferencia es quizás una de las formas más sutiles y certeras de violencia.

Hemos endurecido nuestro corazón, hecho ahora de roca fría e insensible al dolor ajeno. Basta una víctima inocente para lanzar un grito al cielo y decir ¡ya basta! ¡no más sangre! ¡alto a la guerra! Y resulta que no es una, son miles, decenas de miles contabilizadas los últimos 4 años, y muchas, muchas más no contempladas en las estadísticas, pero que han sido arrastradas por esta espiral de violencia e impunidad. ¿Cuánto más necesitamos para ablandar el corazón y volver a ser seres humanos? ¿Será hasta que nos pase a nosotros mismo o un familiar querido? ¿Qué no somos responsables de los demás como de un hermano o hermana propia? Son preguntas todas que esperan respuesta y nos dejan el reto de trabajar codo con codo en la difícil tarea de arrancar de nuestra carne, de la carne de este mundo, el corazón de piedra que se ha instalado, y devolverle su humanidad, devolverle un corazón que sea carne de nuestra carne, capaz llorar y reír con otras y otros, capaz de dejarse contagiar por el valor de los débiles y sumar un gran movimiento de transformación de corazones y re-encauzamiento de acciones.

Un corazón de piedra duele como una piedra arrojada al rostro o al cuerpo de otro. A la piedra no le duele el dolor que inflinge. Un corazón de carne no puede lastimar sin lastimarse a sí mismo, tanto como no puede curarse a sí mismo sino curando a los corazones afligidos.

Éramos muchos pisando el suelo que no sintió caer a Marisela Escobedo. Pero no los suficientes para protestar por este indignante suceso, tan indignante como el de todas las víctimas que han compartido sus vidas en la Caravana del Consuelo. ¿Alguien es capaz de escuchar y responder? ¿Hacerse eco de estas palabras, y que resuenen hasta los confines del mundo como Evangelio de los pobres que convoque a la justicia y la solidaridad? ¿Seguiremos escudándonos en nuestros prejuicios de clase, o políticos, o religiosos? ¿Seguirá siendo nuestro corazón de piedra o se trocará en carne?

La placa que la gente cercana a Marisela colocó en el asfalto, justo donde cayó fulminada por la corrupción de nuestro sistema, fue retirada por órdenes del gobernador de Chihuahua. El 9 de junio, tras la manifestación pacífica con que concluyó la marcha en la capital del estado, la placa volvió a colocarse, con la consigna de protegerla, pues es nuestro derecho recordar (pasar un y otra vez por el corazón de carne) a quienes queremos y han muerto por defendernos. También se convocó a llenar nuestras plazas y edificios públicos con los nombres de todas las víctimas, nuestras víctimas, de esta guerra inútil y altamente costosa. ¿Nos atreveremos a hacerlo? ¿O la cobardía se sumará a la indiferencia? ¿Seremos capaces de sumarnos a esta convocatoria, como un reclamo de justicia y de memoria?

No hay otra manera de ablandar el corazón que ésta. Poniéndolo en acción, desestresándolo, desoxidándolo, haciéndolo nuevamente flexible y sensible al dolor humano. Es una promesa que le hacemos al mundo, un don necesario que nadie puede exigir, sólo otorgar voluntariamente y así recuperar nuestra humanidad perdida. A eso apunta el Pacto Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad ahora firmado por muchos, y en espera de ser signado por muchísimos más, no sólo con nuestros nombres, sino con nuestras acciones, pues su puesta en práctica desde el metro cuadrado en que me encuentro es el camino eficaz para hacerlo real y lograr un cambio en el rumbo de nuestra nación.

Caravana del Consuelo, 11 de junio de 2011

Centro de Estudios Ecuménicos

 

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