“Es Raquel que llora por sus hijos, y no quiere ser consolada porque ya no están con ella” (Jer 31,15)
En Monterrey, el Paso de la Caravana del Consuelo ha puesto al desnudo la realidad cruda e indignante de la corrupción del gobierno de Nuevo León. El llanto de las mujeres y hombres por sus hijos muertos o desaparecidos (cada vez más frecuentemente por parte de miembros del ejército o la policía local) es inconsolable. No bastan las palabras de acompañamiento, no es suficiente el tiempo para aplacar el dolor; cada día la incertidumbre alimenta la tristeza y la indignación. Cada caso presentado ante la Procuraduría del estado ha sido en saco roto. No hay voluntad de revisar la corrupción que permea toda la estructura de seguridad, y sí la perversa estrategia de criminalizar a las familias de los desaparecidos, desgastarlas, ridiculizarlas.
Tal vez por ello, pasada la media noche, al terminar el mitin en el centro de la ciudad de Monterrey, de manera inesperada Javier Sicilia convocó a los presentes a marchar hacia las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia del estado, para emplazar al procurador a dar una respuesta pronta a las demandas de las familias. Mientras la reunión ocurría, entre el sub-procurador, Javier Sicilia, Emilio Álvarez Icaza y representantes de las familias de las víctimas, la Caravana mantenía una toma simbólica de las instalaciones con cantos de paz y alegría, buscando amainar el dolor de quienes lloran por sus hijos y demandan su vuelta con vida como única posibilidad de consuelo.
El sub-procurador se comprometió a, en el plazo de una semana, dar información precisa del estado actual de los casos de desaparecidos presentados ante la PGJ, y en el plazo de un mes avanzar en resoluciones eficaces en pro de la verdad y la justicia en dichos casos. También se acordó una comisión de seguimiento a estos compromisos asumidos públicamente ante medios de comunicación por el sub-procurador, conformada por víctimas y organizaciones sociales.
Esto nos coloca en la encrucijada de abrigar o no esperanzas en el sistema de justicia de nuestro gobierno. El tercer punto que se discute rumbo al Pacto Nacional es precisamente el que tiene que ver con combatir la corrupción y la impunidad del Estado mediante una amplia reforma en la procuración y administración de justicia que establezca el control ciudadano sobre las policías y los cuerpos de seguridad, avance en la reforma de los juicios orales y establezca sistemas más efectivos de control judicial que reduzcan la discrecionalidad en los procedimientos y resoluciones de fondo. La justicia no puede seguir al servicio de intereses y cálculos políticos. También se requiere legislar para generar la capacidad y atribuciones de investigación y consignación de funcionarios públicos de los tres órdenes de gobierno en casos de corrupción.
El punto de inflexión es nuestra capacidad o incapacidad de incidir en este punto de reforma del Estado, toda vez que precisamente el Congreso de la Unión ha detenido la reforma política que apuntaba precisamente a combatir esta corrupción, entre otros puntos que tienen que ver con fortalecer la democracia con mecanismos como la revocación de mandato, el plebiscito popular y las candidaturas independientes.
¿Qué podemos hacer al respecto, cuando además parece que vivimos en una sociedad mexicana indolente e indiferente ante el dolor y la pobreza ajenos? Aquí tenemos un enorme reto, un largo y arduo camino por recorrer. ¿Dónde están? fue la pregunta recurrente y no resuelta en la plaza central de Monterrey. ¿Dónde están nuestros desaparecidos, dónde los culpables, dónde las autoridades, dónde la justicia… dónde está Dios? Imprecaban con dolor y sin odio las mujeres y hombres que un día cualquiera se despidieron de sus hijo o hijas, padres, madres… y nunca las volvieron a ver. Y ¿dónde está la sociedad? ¿dónde la solidaridad con lo humano?
Podríamos añadir, ¿dónde están las iglesias?, cuya misión precisamente, más allá del consuelo y alivio del dolor humano, están llamadas a ser abogadas de la justicia. ¿Dónde está la fe comprometida con la dignidad? ¿Dónde una fe activa que no cierra los ojos ante el pueblo que ha caído a un lado del camino, herido de muerte por criminales y sus encubridores? Siendo más de 100 millones de personas que dicen profesar una fe en nuestro país, ¿por qué el abandono de las causas de la justicia?
La realidad de sufrimiento, como venas abiertas que no sanan sino se abren más y más conforme avanzamos por la ruta del dolor, ¿nos va a mantener impasibles? ¿temerosos? ¿indiferentes? Más que nunca es la Caravana del Consuelo una invitación a la reflexión profunda y ética, sobre lo humano, sobre la fragilidad, sobre la miseria, sobre la corrupción de la que formamos parte, si no nos oponemos abiertamente a ella.
Como recuerda el pastor metodista César Pérez: "Nuestra presencia como cristianos se vuelve realidad cuando como personas asumimos la responsabilidad de unirnos en solidaridad con aquellos que sufren violencia. El Reino de Dios lo construyen los valientes y, valientes son los que recorren los caminos de México llevando el mensaje de paz con justicia que nos animan a mantener viva la fe y la esperanza..."
Esta presencia (cristiana y no, de fe, atea, agnóstica… pero profundamente humana) ha acompañado la Caravana del Consuelo. Así lo sentimos en Saltillo, con el recibimiento de la comunidad y del obispo Raúl Vera López. Pero estamos apenas en el comienzo, el Pacto Nacional que se firmará en Ciudad Juárez el próximo 10 de junio no es el fin del recorrido, es el comienzo de una nueva historia y un nuevo rumbo para nuestro país, y requiere la participación de todas y todos. ¿Permaneceremos en el silencio y la ignominia?
Caravana del Consuelo, 7 de junio de 2011
Centro de Estudios Ecuménicos
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