lunes, 28 de enero de 2013

Chiepetepec pueblo en vilo


Del Sur de Acapulco lunes 28 de enero de 2013

Opinión. Tlachinollan


               No fue en alguna ciudad importante de Guerrero, sino en otra comunidad indígena donde hombres, mujeres, jóvenes y niños, decidieron ar-marse con machetes, palos y tubos  para defender su precario patrimonio contra grupos de la delincuencia.
               La impavidez y la complicidad de las autoridades encargadas de prevenir y de investigar los delitos ha dejado el campo libre para que los delitos patrimoniales vayan a la alza de forma alarmante. Este despliegue incontenible de la delincuencia le ha dado a nuestro estado una nueva configuración que es percibida a nivel nacional como una entidad violenta e insegura. Las autoridades le han dado carta de naturalización al crimen organizado porque éste ha logrado incrustarse sin ningún problema en todos los rincones del estado. No hay una corporación policiaca que se distinga por prevenir y contener esta avalancha delincuencial, y es una ironía constatar que en los territorios minados por la violencia, las fuerzas del orden supuestamente no conocen a quienes atentan contra la vida y la seguridad. A pesar de sus ostentosos operativos en las principales calles y avenidas de las ciudades, son incapaces de dar con el paradero de estos grupos que la población tiene bien identificados. En este caos se torna más evidente la impotencia de las instituciones del Estado ante el crimen organizado. Ahora cualquier autoridad le de-manda al ciudadano o a la ciudadana que sean ellos mismos quienes investiguen los delitos que padecen. La vulnerabilidad de las víctimas de la violencia los coloca al borde de la exasperación. Centenares de familias caminan sobre los filos del despeñadero porque la terrible experiencia de la soledad y de la orfandad institucional los vuelve rehenes de un miedo inconmensurable.
               Este sentimiento de abandono ha desquiciado a la población, ha engendrado mayor sufrimiento, impotencia, indignación y rabia. No encuentran la salida en este laberinto del terror. En cada esquina, en cada noche se topan con los asaltantes, los extorsionadores y secuestradores. No hay días de calma ni noches de remanso. La cotidianeidad se ha tornado insoportable, las colonias, los barrios y las carreteras están regenteadas por estos grupos, que a semejanza de la Secretaría de Hacienda, también expolia a la población pobre vía impuestos.
               Como en todo momento de crisis es la población la que tiene que alzar la voz, organizarse de manera autónoma, salir a las calles y recuperar sus propios espacios haciendo uso de la fuerza y restableciendo el orden con los códigos de la autodefensa armada. La institucionalidad bastarda ya no le significa nada a una población que ha sido afectada en sus derechos fundamentales. Se ha pervertido tanto el rol de los guardianes del orden, que para vastos sectores de la población existe una halconización de las policías, y en múltiples casos el órgano investigador ha asumido su papel como defensor de oficio de los grupos delincuenciales. Este colapsamiento de los sistemas de seguridad y de justicia ha socavado la confianza de los ciudadanos y ciudadanas, ha destruido el tejido social y las mismas relaciones institucionales. Para poder revertir este proceso de descomposición que ataca el núcleo de la vida comunitaria ha sido la autodefensa armada el escaparate que han encontrado comunidades campesinas e indígenas para contener con su propia fuerza esta corriente avasalladora de la delincuencia. La indolencia de las autoridades ha colmado la paciencia de la ciudadanía que se vio obligada a tomar en sus manos el cuidado de su patrimonio y su territorio. Le declararon la guerra a quienes no tienen en su mente el respeto por la vida ni el sentido del futuro. Sus estructuras comunitarias han soportado este nuevo desafío. Se han tenido que preparar para enfrentar al enemigo y por lo mismo se han acuerpado y se han enfundado de valor con su precario armamento para desmontar todo el entramado delincuencial a costa de la vida misma. Más allá de la desproporción que existe en cuanto armamento, poder destructivo, vehículos, recursos financieros y respaldo de grupos con poder económico y político, la población organizada para la autodefensa solo cuenta con la firme decisión del pueblo para colocarse como un escudo humano en defensa de la vida de la comunidad.
               En Chiepetepec, una comunidad nahua de 1800 habitantes perteneciente al municipio de Tlapa, desde el mes de noviembre se reunieron para tomar medidas de seguridad ante los robos de vehículos y asaltos a los vecinos por parte de gente extraña. Decidieron poner vigilancia en la entrada principal del pueblo como una medida preventiva para controlar las entradas y salidas de las personas. En los últimos dos meses hubo cuatro robos de vehículo y varios asaltos en el crucero principal del pueblo. La gota que derramó el vaso sucedió el pasado viernes 25 cuando en un anexo del pueblo de Chiepetepec uno de los líderes de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero –UPOEG–, fue despojado de su vehículo. Este atraco orilló a los pobladores a colocar un punto de revisión y vigilancia en la carretera federal de Chilapa- Tlapa. La noche del sábado señores de la tercera edad, algunos principales del pueblo, padres de familia, ancianos, señoras, muchachas, muchachos, niñas y niños se apostaron en el crucero para resguardar el pueblo. Por los aparatos de sonido se escuchaba en nahua la invitación para que la gente de manera voluntaria llevara tortillas, café, frijoles o alguna salsa, para poderla compartir con los nuevos defensores y defensoras de su comunidad.
               Por la mañana de este domingo, mujeres cubiertas de la cara con pedazos de tela de ropa que ya no usan, subían a los autobuses a informar el motivo de su lucha. En su precario español se sobreponían para decirle a los pasajeros: “Disculpen señores nosotros venimos a decirles que estamos contra la delincuencia. Nosotros lo hacemos porque nadie va a venir a defendernos”. Otras señoras cubiertas también de la cara y portando sobreros de palma que ellas mismas tejen y venden a tres pesos, se acercaban a los carros que pasaban por el puesto de control para pedirle a choferes y pasajeros sus identificaciones, y por su parte los jóvenes portando machetes se encargaban de revisar el equipaje. Algunos niños y niñas cubrían sus rostros con pañuelos o bolsas de plástico, y se encargaban de repartir propaganda y agilizar el tráfico. Otras señoras llegaban con cubetas de plástico donde traían tortillas envueltas en servilletas y algunas más llegaban con ollas de frijoles y de salsa.
               El temor y la desconfianza de los pasajeros ante la inspección obligada por parte de la gente sencilla de Chiepetepec, pasaba a la solidaridad y el apoyo porque veían en su porte mismo a gente humilde, valiente y digna. Su fuerza no estaba depositada en sus armas porque solo uno de ellos portaba un rifle. La mayoría de jóvenes y adultos portan machetes y algunos niños palos y tubos. Es evidente una lucha desigual y sumamente riesgosa por lo que implica desafiar a los grupos disruptores del orden y de la convivencia pacífica. El abandono, la indiferencia y el trato discriminatorio de las autoridades han colocado a esta población en una situación de mayor riesgo. A pesar de esto el valor del pueblo se ha sobrepuesto a todo, apelan a su propia organización y a la justeza de su causa. Saben que no cuentan con el respaldo de las autoridades estatales ni federales. Por eso se explica lo que dicen las señoras en el retén de Chiepetepec: “Aquí nadie va a venir a defendernos”. Un joven que lideraba el puesto de control nos exponía sus razones: “No quisimos llegar a esto, pero lo que vivimos ya no es algo normal. Como indígenas uno lucha y trabaja por su familia. Día a día tenemos que ir al campo y ahí nadie nos paga. Sembramos pero eso que dejamos en la tierra, si Dios quiere, lo vamos a comer hasta los seis meses. Por eso esta vida ya no es vida, nos tenemos que ir a trabajar a Sinaloa en la temporada de secas para juntar algo de dinerito y comprar fertilizante. Solo así podemos hacer nuestra casita, y darles a nuestros hijos un dinerito para que vayan a la escuela. Todos lo hacemos con mucho sacrificio. Las autoridades nunca nos hacen caso, siempre nos ignoran y nos usan como sus mandaderos. Ya estamos cansados de todo lo que padecemos. De los políticos que nos engañan, del médico que se va desde el jueves y regresa hasta el martes, de los maestros que faltan mucho a la escuela y no les gusta dar clases a nuestros hijos. Y ahora con esta nueva desgracia que nos quitan nuestro dinero, nuestro carrito y nuestras cositas que compramos. Esto que nos pasa es algo insoportable, es como una enfermedad irremediable. En este crucero no estamos por gusto, sino por necesidad, porque tenemos que defender la vida del pueblo. Lo único que esperamos es que el gobierno nos respete y atienda nuestros reclamos”.
               Este domingo como a las diez de la noche el comisario municipal con los cinco delegados y los principales llegaron a la comisaría para evaluar el trabajo realizado por la gente que fue comisionada para vigilar y revisar los vehículos. Se dirigieron a los fundadores del pueblo, al señor Xipe y a la señora Tochlamatzin. El Tlamajquetl (sabio del pueblo) se encargó de hacer el rezo para pedir la protección de sus autoridades y de toda la comunidad. Más tarde salieron junto con los policías del pueblo para incorporarse al contingente que se encargará de resguardar a la población y de hacer frente a cualquier eventualidad.
               Las comunidades indígenas de Guerrero sumidas en la miseria y padeciendo los estragos de la desigualdad y la discriminación tienen la fuerza y el ímpetu de hacerle frente a los grupos que atentan contra su vida, su seguridad y su precario patrimonio. Las estructuras del poder caciquil que siguen infligiendo graves daños a los hombres y mujeres del campo, no solo le han negado el derecho a los pobladores de vivir dignamente, sino que los ha dejado en total indefensión tratándolos como seres inferiores que no merecen ser atendidos como personas con plenos derechos.

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