Del silencio a la verdad y la justicia: son nuestros muertos y también sus nombres
A medida que la Caravana del Consuelo se adentra en lo profundo del dolor de nuestros pueblos, los 40 mil muertos van dejando de ser fría estadística y se tornan en rostros y nombres concretos, dejan de sernos ajenas y ajenos, gente desconocida, para ser entrañables: se llaman Juan, Marisela, Gabriel, Gustavo, Alma, Viviana, Luis… eran hermanas, hermanos, hijos, padres, madres de alguien, ahora lo son de todas y todos.
El primer punto del pacto es la verdad y la justicia. Por eso empezamos por nombrar lo que el miedo y la impunidad ha mantenido hasta ahora en silencio. Nombrar es un acto profundo, decisivo para quien nombra y para quien es nombrado. No es lo mismo decir “el muerto número tal”, a decir es mi hija, y se llama Rocío, y era joven y con muchas ganas de vivir. Nombrar es un acto poderoso, pero no de aquel poder opresor, que al nombrar se apropia de lo nombrado y se convierte en dueño de su destino. Nombrar a nuestros muertos es un acto poderoso porque rompe el silencio ominoso, es un acto subversivo, es el primer paso hacia la verdad y la justicia, es no dejar morir la memoria de los inocentes, grabarla en las plazas y parques, calles y casas de nuestras ciudades y pueblos, grabar sus nombres en nuestro corazón, no dejar que su muerte sea vana, no dejar que la muerte sea la última palabra y que nos suma en el silencio y la desesperanza.
Desde la fe, nombrar es un acto divino que saca del anonimato y la indiferencia a la persona, y la involucra con un proyecto de amor y justicia. Cuando Dios da la humanidad el encargo de nombrar, o cuando llama a alguien por su nombre, lo compromete, le asegura un lugar en la memoria colectiva, lo rescata del caos, lo acerca a sí y le garantiza la paz. Errónea y convenientemente hemos reducido el poder divino de nombrar a la sola apropiación de las personas o cosas, al grado de que hoy, precisamente al no nombrarlas, creemos que simplemente no existen o no nos afectan. No es así.
La caravana del consuelo llegó a Morelia el día 4 y los nombres y rostros de las víctimas emergieron del silencio; hablaron en las palabras, los cantos, los gestos, los rostros de quienes les recuerdan y de quienes quieren recordarles. Es el primer paso para exigir justicia y verdad. En la cuna de la violencia de Estado, donde empezó la guerra de Calderón, se le llama a rendir cuentas por las víctimas de su estrategia de seguridad nacional, a esclarecer y resolver los asesinatos, las desapariciones, los secuestros, las fosas clandestinas, la trata de persona, y el conjunto de delitos que han agraviado a la sociedad, mediante procesos transparentes y efectivos de investigación, procuración y administración de justicia, en que se procese a los autores intelectuales y materiales, incluyendo las redes de complicidad y omisión de las autoridades responsables. Determinar la identidad de todas las victimas de homicidio es un requisito indispensable para generar confianza. Es el primer paso de una paz verdadera que nazca de la justicia.
El día 5 partimos hacia San Luis Potosí, donde el cálido recibimiento se mezclaba con el temor y la indignación; con todo, más y más rostros y nombres se suman al expediente que se va armando en el recorrido del consuelo, con el cual se exigirá justicia, y se dará acompañamiento y asesoría a las familias involucradas. El temor se respira en la gente. San Luis tan golpeado y empobrecido, sus pueblos y territorios allanados, ultrajados por la avaricia y complicidad de las grandes trasnacionales y el gobierno. Al final, prevalece la esperanza y el agradecimiento al poeta y a la caravana por la cercanía, la presencia, la solidaridad. Se estrujan los corazones, pero se asientan las convicciones: no podemos seguir en el silencio, no podemos permanecer ocultos; hay que salir, dar la cara y los nombres, demandar justicia y dignidad, permanecer fieles al camino no-violento de la paz con justicia y dignidad, resistir a la provocación de responder con guerra a la guerra. Segundo día y la intensidad sube en el corazón de la guerra que no pedimos y que estamos pagando con vidas y esperanzas.
Aún faltan muchas voces por hablar y sumarse a este reclamo. La caravana tiene que movilizar a la nación entera, extirpar nuestros corazones de piedra y devolvernos el corazón de carne que siente y llora, pero también se alegra y se entrega. Esta es la esperanza de los pueblos por los que pasamos y que se suman al caminar rumbo al Pacto Nacional.
Caravana del Consuelo, 5 de junio de 2011
Centro de Estudios Ecuménicos
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