lunes, 14 de enero de 2013

Sobre la autonomía en la seguridad y aplicacion de justicia

De Tlachinollan tomamos esta nota :



El sábado 5 de enero de 2013 como a las 11 de la noche, el ciudadano Eusebio Alvarado García, comisario de Rancho Nuevo, municipio de Tecoanapa, fue sacado por la fuerza de su domicilio, por personas que pertenecen a los grupos  delictivos que pululan en la región de Ayutla. Eusebio recién llegaba a su casa con la noticia de que había sido elegido como segundo comandante de la policía comunitaria. Esa tarde hubo una asamblea regional de autoridades  en El Potrero,  perteneciente también a Tecoanapa, donde estuvieron  representantes de otros municipios como Cuautepec, San Marcos, Cruz Grande y Ayutla. Previamente, las comunidades de este corredor de la Costa Chica se reunieron para planear acciones conjuntas contra el crimen organizado, que desde hace años se ha enseñoreado como el flagelo de las comunidades indígenas y campesinas, a causa de la indolencia y  complicidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno.
A decir de los pobladores, la situación se tornó insoportable por las formas tan crueles y abusivas con las que actuaban estos grupos. Por eso, en la asamblea del sábado se vieron en la imperiosa necesidad de constituir una estructura básica que hiciera frente a este poder fáctico. Se formaron varios grupos de policías con sus respectivos comandantes, a quienes les dieron la orden de ejercer la autodefensa armada, ante cualquier circunstancia que pusiera en peligro la integridad física, la libertad y la vida de sus compañeros o compañeras de lucha.

El malestar y la indignación habían crecido por el secuestro que realizaron contra un comandante de Ahuacachahue, municipio de Ayutla de los Libres. La gente logró identificar qué personas perpetraron esta acción delictiva. Días después, a causa de un conflicto magisterial que afectó a toda la comunidad me’phaa de Plan de Gatica,  el comisario municipal fue víctima de un levantón. La reacción inmediata de la comunidad permitió que su compañero fuera liberado en Acapulco. De igual modo, en sus investigaciones la comunidad  supo quiénes fueron los autores intelectuales y materiales. Lo más grave fue el asesinato de un ciudadano de esa misma localidad, acaecido el 26 de diciembre de 2012, a consecuencia del mismo conflicto magisterial.

Estas y muchas otras acciones delincuenciales que se multiplicaban tanto en las comunidades me’phaa y na savi de Ayutla, como las extorsiones, secuestros, cobros de piso y asesinatos  que a diario sufrían los comerciantes, estudiantes, maestros, vendedores semifijos, algunos taxistas, padres y madres de familia de las cabeceras municipales de Ayutla, Tecoanapa, Cruz Grande, San Marcos y Cuautepec,  encontraron eco en la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), que por su trabajo cercano con la gente en esta zona, tuvo la sensibilidad, la inteligencia, la capacidad y el valor para hacer suyo este padecimiento de la población mayoritariamente pobre e indefensa. Ante la inminencia de que la situación de inseguridad  cobrara más afectaciones al patrimonio, la seguridad y la vida de la población indígena y mestiza, la UPOEG en sus últimas asambleas, dejó a un lado los temas prioritarios de su agenda  (como la denuncia contra los altos cobros de las tarifas de luz o la demanda de obras de infraestructura) para poner en el centro de sus preocupaciones el clima de violencia e inseguridad implantado por los poderes fácticos de la  delincuencia.

Con un trabajo fino y minucioso de inteligencia ciudadana, lograron contar con una radiografía clara sobre el modus operandi de la delincuencia: sus centros de operación, aliados, contactos, informantes, cómplices, casas de seguridad, etc. Con estos insumos,  las comunidades tomaron la determinación  de asumir la autodefensa para garantizar una verdadera seguridad ciudadana, corriendo los riesgos que implica enfrentar con sus armas (varias de ellas desvencijadas) a quienes estaban causando daños a la población. Se apostaron en los mismos lugares donde aquellos  acostumbraban operar, instalaron retenes, revisaron los vehículos, detuvieron a quienes lograron identificar como miembros de esos grupos, decomisaron armas, y tuvieron que accionar su precario armamento ante una persona que se opuso a ser revisada y que intentó accionar su pistola contra los que estaban al frente del operativo.

En cuestión de horas, los responsables de buscar al comisario dieron con su paradero. Ellos, en lugar de amedrentarse por esta acción intimidatoria, encontraron la piedra de toque que detonó en un movimiento de autodefensa armada que los obligó a tomar en sus manos la seguridad de la población. Ese mismo domingo de Reyes llegaron a Ayutla alrededor de 800 policías que de inmediato  se colocaron en puntos estratégicos para contrarrestar cualquier reacción de los grupos de la delincuencia. Asumieron el mando para imponer el orden y detener a quienes estaban identificados por la población como los perpetradores de crímenes.

Sin proponérselo, los 800 policías que llegaron portando armas rudimentarias y una indumentaria sencilla (que nos hablan de su precaria  situación económica), demostraron a las autoridades y a la sociedad en su conjunto, que es el pueblo decidido y organizado de manera autónoma, el que es capaz de imponer el orden y devolverle la seguridad a la gente trabajadora. Este movimiento de autodefensa armada ha  alcanzado un poder inaudito en el estado y en el país, porque es un ejemplo palpable de lo que realmente tenemos que hacer los ciudadanos y ciudadanas, para recuperar la seguridad perdida.

Las autoridades para que puedan nuevamente ganarse la confianza de la gente, tienen la obligación de corregir el rumbo, de rectificar sus políticas y de reconocer que han fracasado y fallado a la ciudadanía, porque son cómplices de la tragedia que nos desangra como estado. La población percibe que varias autoridades trabajan para el otro bando, porque no actúan con contundencia contra la delincuencia que se encuentra enquistada en las mismas estructuras del gobierno. Los vicios añejos de la corrupción perviven y forman parte del engranaje que hace funcionar a un sistema de justicia y seguridad que se ha transformado en enemigo de la ciudadanía porque está encompadrado con los grupos de la delincuencia organizada. Este maridaje da pie a la vejación, al pillaje y a la devastación de una población asediada y sometida por el crimen organizado.

Por su parte, los políticos de banqueta ni por equivocación se acercan a la gente de estas comunidades que sufren los estragos de la acción delincuencial. Mucho menos se comprometen a reivindicar la lucha de los pueblos. Tampoco están dispuestos a respetar y reconocer los esfuerzos y aportes de los pueblos indígenas, que sustentan sus acciones en sus derechos colectivos reconocidos internacionalmente, y que los gobiernos los han vilipendiado. Más bien, las autoridades  desde sus palacios de cristal, se erigen en jueces y emiten veredictos condenatorios, pero no contra quienes han desquiciado la vida de la población, sino contra los mismos policías que defienden al pueblo y que les están haciendo el trabajo gratis a quienes siguen disfrutando una vida regalada, con sueldos onerosos y ofensivos.

Ahora el gobierno del estado vuelve a repetir lo que ya hizo con los pobladores de Huamuxtitlán y Olinalá; les pide a quienes han ejercido la autodefensa que depongan sus armas, que desistan de su afán de poner orden y de ya no detener a quienes han delinquido. Piden, como lo hicieron hace 18 años con la naciente Policía Comunitaria, que entreguen  los detenidos al Ministerio Público para que inicie las investigaciones. También los persuade para que se regresen a sus comunidades y les promete que vendrán los salvadores de la patria con el programa de Guerrero Seguro. Los atemorizan con el panfleto legaloide de que están cometiendo delitos y de que se están haciendo acreedores de alguna investigación de tipo penal.

Esta magnanimidad gubernamental es la otra cara de la  perversidad y complicidad, porque no se busca resolver de fondo los problemas de la inseguridad ciudadana, ni hay la intención de destruir toda la red de complicidades e intereses ocultos y enraizados en las mismas instituciones gubernamentales. La depuración y profesionalización que en todo momento ha demandado la sociedad de las corporaciones policiacas y de la misma Procuraduría de Justicia es un asunto de Estado, intocado. Toda la línea de las investigaciones ministeriales se ha desvirtuado porque ha devenido en mera simulación y charlatanería.

Este domingo las comunidades volvieron a ejercer su derecho a la consulta para tomar las mejores decisiones que redunden en beneficio de los ciudadanos y ciudadanas. Su repliegue es táctico, porque saben que el programa Guerrero Seguro no es la panacea. Por el contrario, puede significar un riesgo mayor, porque ninguna autoridad civil les garantiza que van a respetar los derechos humanos y  que tampoco van a implantar una ley marcial que genere más temor, y que por lo mismo inhiba, desmovilice y criminalice a la población que se organiza y defiende su derecho a vivir seguros.

Este aprendizaje de suma valía ha quedado registrado en la memoria de las comunidades. Su tesoro más preciado es que han constatado todo su potencial social y político. Se han reencontrado con  su poder que es inquebrantable y que su fuerza es indoblegable. Estos bienes intangibles son ya parte de su patrimonio y su mejor capital comunitario. Por esto mismo, ya no están dispuestos a obedecer ciegamente ni a creer ingenuamente en las autoridades. La sumisión es otro capítulo de una historia infame, donde los gobiernos se burlaron y pisotearon la dignidad de los pueblos. La  confianza ya no se puede depositar de manera acrítica en las autoridades que no han demostrado compromiso ni han honrado su palabra. Por ello, se mantendrán vigilantes y en pie de lucha, para monitorear la actuación de los nuevos responsables de la seguridad. Las comunidades sabrán decidir en qué momento tomarán nuevamente en sus manos la responsabilidad de brindar seguridad y garantizar justicia, aplicando sus propios sistemas cosmogónicos fundamentados en los derechos colectivos de los pueblos indígenas internacionalmente reconocidos.





Lourdes chavez, 13 de enero, Chilpancingo, Gro. EL SUR
Consideró que este movimiento (el tercero, después de Olinalá y Huamuxtitlán en la región La Montaña) es un síntoma de la descomposición que existe en las corporaciones encargadas de la prevención y de investigar los delitos y la ineficacia del Estado para garantizar seguridad y justicia. “Obviamente, si los ciudadanos toman las armas para hacer valer la ley del pueblo, es producto del hartazgo, del llegar al límite de la paciencia de la sociedad que espera que sus autoridades actúen”. 


Agencia EFE, 11 de enero. MVS NOTICIAS
Desde el día del inicio de los operativos en busca de criminales y la instalación de los puestos de revisión han logrado la captura de 37 presuntos sicarios y halcones, como se les conoce en la zona a las personas dedicadas al narcomenudeo.


 

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