El racismo institucionalizado y normalizado en la sociedad, incluso 
con la legislación de los derechos colectivos indígenas, no ha permitido
 la emancipación de los pueblos indígenas. El ejercicio del derecho a la
 autodeterminación diluye las bases teóricas y sociales del Estado 
nación   
Desde 1994, año en el
 que las  Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 9 de agosto
 como el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, en diferentes 
lugares del mundo se conmemora esta fecha con diversas actividades 
folclóricas. Como en otras fechas, dichas actividades están preñadas de 
racismo inocente, mistificaciones románticas, y muy pocas veces expresan
 el sueño emancipatorio de indígenas como pueblos.
En países como Honduras, Guatemala u 
otros que se encuentran anclados en la zaga de la historia, a las y los 
indígenas se los denomina todavía como etnias o tribus. Esto, cuando las
 instituciones y la sociedad mestiza se encuentran de buen humor. Cuando
 no, pues, de vagos, sucios, ignorantes no los bajan. Aunque se visten, 
comen y estudian gracias al arduo trabajo invisibilizado de las y los 
vagos. O cosechan dólares y euros de la cooperación internacional o del 
turismo vendiendo los aún insondables conocimientos y aportes culturales
 de los ignorantes.
Los conceptos de etnia, tribu, clan, 
etc., acuñados por la socioantropología dominante occidental con la 
finalidad de afianzar la superioridad del blanco y el supuesto atraso de
 los indios, son altamente racistas porque asumen a las y los indígenas 
como piezas de museo o costales de huesos de antaño. El Convenio 169° de
 la Organización Internacional del Trabajo (1987) contiene aún este 
enfoque.
Producto de la resistencia indígena ante
 la colonización, las repúblicas y la neocolonización, las Naciones 
Unidas, en la década de los 90 del pasado siglo, consensuó el concepto 
de pueblo (comunidades con historias vivas) para referirse a las y los 
indígenas (originarios) en el mundo. Y la Declaración Universal de los 
Derechos de los Pueblos Indígenas (2007) contiene esta orientación 
ideológica, y afianza el derecho a la autodeterminación de indígenas 
como pueblos. Éste es el sentido genuino de la celebración del Día 
Internacional de Pueblos Indígenas.
Para ser pueblo indígena no es 
suficiente con compartir historia, idioma, espiritualidad, cultura y 
consanguinidad común. Ante todo, es necesario cohabitar en territorios 
ocupados por los ancestros desde antes de la colonia. Es decir, la 
condición básica para ser pueblo indígena es su sentido de pertenencia 
histórica a la tierra y territorio (modo de interactuar con la comunidad
 cósmica). Se es pueblo indígena, no sólo porque se comparte una 
tradición, sino porque se cohabita e interactúa en y con un territorio 
ancestral. De este sentido de pertenencia ancestral a la Tierra nacen 
las identidades indígenas. Por tanto, no cualquier comunidad cultural u 
organización campesina puede ser asumida como pueblo indígena.
La autoafirmación de indígenas como 
pueblo trastoca todos los enfoques históricos que abordaron de forma 
inconclusa la problemática del indio. En la colonia, desde un enfoque de
 la antropología creacionista, se debatió la condición humana del 
indígena. Teóricamente se asumió que las y los indígenas somos humanos 
(conde derecho al Bautismo), pero el sistema colonial cristiano nos 
aniquiló como a no humanos. En la etapa republicana, desde un enfoque 
económico, se debatió que el régimen de la distribución y propiedad de 
la tierra era el meollo del problema del indio, pero los republicanos 
(liberales y conservadores) afianzaron el régimen del gamonalismo y la 
servidumbre indígena como combustible para mover los engranajes del 
sistema republicano. El mayor esfuerzo que hizo la República para con el
 indio (al no poder aniquilarlo) fue asimilarlo mediante los procesos de
 mestizaje, pero incluso en esto se aplazó.
Y así llegamos al siglo XXI, y la 
acelerada emergencia de diferentes sujetos colectivos indígenas que 
diluyen los moldes teóricos occidentales de comprensión y explicación de
 la realidad indígena. La cuestión indígena, hoy asumida ya no como un 
factor étnico, sino como una categoría sociopolítica, sacude incluso el 
sustento teórico del Estado nación y su democracia representativa. Los 
actuales procesos impulsados por los pueblos indígenas en Los Andes es 
una evidencia de ello.
El problema del indio no es sólo 
problema de tenencia de tierra, de educación o de asistencia 
humanitaria. El problema indígena es, ante todo, el racismo 
institucionalizado (edulcorado de paternalismo romántico)  que trata a 
las y los indígenas como no sujetos o “ciudadanos” menores de edad en un
 Estado nación monocultural (ladinocéntrico) Además, nuestro problema 
está en que las y los indígenas hemos asumido la condición de indio 
(sumiso, conformista, miedoso, etc.), que el sistema nos ha configurado 
en el alma, como una realidad natural, y como el único modo de 
sobrevivencia. Si no levantamos la cabeza, no podremos ni ver, ni soñar 
con promisorios horizontes que nos depara nuestra emancipación 
pendiente.
Para romper este lesivo modo de vida, 
las y los indígenas debemos asumir nuestro derecho a la 
autodeterminación ya no como una opción, sino como una obligación 
existencial. No estamos condenados a sobrevivir eternamente como 
clandestinos sobre nuestra Madre Tierra. No estamos condenados a servir 
de combustible al Estado nación que jamás existió para nosotros. No 
fuimos hechos necesariamente para ser cristianos despojados. Nuestro Sur
 no es el ser mestizos. Devolvamos las tarjetas de identidad a los 
estados excluyentes y las biblias a las iglesias, y exijamos a que nos 
devuelvan nuestras tierras y territorios para concertar estados 
plurinacionales y sociedades interculturales.
 

 
 
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