viernes, 18 de julio de 2014

Crisis ambiental: calendarios y geografías





[1] En Revista Rebeldía. Año 9, número 75, noviembre de 2010


Lucio Díaz

I. El calendario y la geografía de arriba

Desde diferentes experiencias, los pueblos del mundo vienen denunciando esa cara del capitalismo que busca imponer un nuevo paradigma para despojar y lucrar con la difícil realidad del cambio climático. El capitalismo no sólo es responsable de la compleja crisis ambiental que enfrenta la humanidad, se trata de un sistema totalmente incapaz de autolimitarse y, por lo tanto, de lidiar con la creciente amenaza que el desarrollo de sus fuerzas productivas representa para la vida en el planeta.

En los campos de muchos países del sur ya se miran tendencias derivadas de los negocios del cambio climático que los señores del dinero pretenden imponer: el proyecto de reconversión productiva mundial, con la llegada de los agro combustibles; o los mercados de carbono y muchos financiamientos que implican mecanismos de control de territorios, nuevas formas de derechos de propiedad y la imposición de criterios de conservación que prohíben actividades tradicionales y formas de estar en el mundo.

El programa del gobierno mexicano sobre cambio climático muestra proyecciones y metas acordes a estos negocios y negociaciones de la sociedad del poder. Se presenta como un gran plan de “ordenamiento territorial” de todo el país, diseñado por “expertos” que siguen afinando lo que pretenden sea una nueva etapa de intervención sobre territorios indígenas y campesinos.

La tragedia del capitalismo

Los compañeros zapatistas han recordado que el capitalismo no es producto de la máquina de vapor o de las revoluciones tecnológicas sino del despojo violento y de la explotación. Y su etapa actual, la globalización neoliberal, no arranca con la informática o el Internet sino con el inicio de una nueva guerra de conquista en todo el planeta: la IV Guerra Mundial.

La revolución tecnológica que se vive hoy tiene implicaciones como el control de los mapas genéticos de los seres vivos, el uso de organismos genéticamente transformados, para la producción agroindustrial y la industria farmacéutica capitalista, o nuevas formas de despojo, como los derechos de propiedad intelectual, donde la patente y el registro también son parte de la expansión del capital hacia nuevas fronteras.

La teoría de la tragedia de los comunes, que tanto inspira a las teorías neoliberales y a muchas políticas ambientales en el mundo, en realidad siempre ha apuntado hacia otro lugar: la tragedia del capitalismo, del Estado moderno y, ahora, del mercado financiero y de la globalización neoliberal. Se trata de la tragedia de la apropiación privada (y devastación) de los bienes comunes.

Las empresas nacionales y transnacionales son personas jurídicas con derechos legales pero con comportamientos patológicos dentro de la sociedad. No pueden tener conciencia moral ni responsabilidad social, existen para maximizar sus ganancias.

Se trata de “usuarios” del planeta que necesitan, para su desarrollo, del despojo violento, la explotación humana y la depredación de los bienes comunes para su beneficio privado.

En el capitalismo, el subsuelo, el agua y las semillas, no pueden ser respetados como bienes comunes. En su etapa actual, el Estado nacional es quien cede (y reparte) la apropiación privada de los comunes al capital, sin importarle si se perforan montañas, se contaminan acuíferos, se desvían ríos, se secuestran bosques o se convierte el agua en mercancía. El subsuelo sigue siendo, como en la época de las colonias, uno de los botines más codiciados.

La situación actual de este sistema es una crisis múltiple: crisis financiera (o de acumulación de capital), crisis de sobreproducción de mercancías y, lo más serio, crisis ambiental y alimentaria de graves consecuencias. El capitalismo no sólo es incapaz de limitarse, además es un sistema que se alimenta y vive de la crisis, y que crece con la guerra.

El carácter de guerra de conquista

Los trabajos de la Comisión Sexta del EZLN por las geografías del México de abajo confirmaron este carácter de guerra de conquista. Mostraron territorios destruidos, a veces en ruinas, a veces con las construcciones del conquistador, el gran capital, ya levantándose sobre lo que fueron campos de cultivo, pueblos de pescadores, tierras comunales y ejidales. También mostraron la destrucción de la cultura, la historia y los tejidos comunitarios.

Por todos los rincones del país siguen las historias de destrucción ambiental y de defensa del territorio. Es fundamental apuntar hacia los responsables: poderosos caciques madereros, ganaderos, “forestales” o empresas papeleras están detrás de la depredación de más de medio millón de hectáreas de bosques y selvas al año; grandes empresas hoteleras son responsables de la pérdida de más de cuatro hectáreas de manglares al día; el modelo industrial de vida es el principal responsable de la contaminación y sobreexplotación de acuíferos: los ríos del país están seriamente afectados y cada vez son menos los manantiales de agua pura.

Los malos gobiernos dan permisos y entregan concesiones para proyectos industriales contaminantes. El país se ha vuelto un basurero de desechos peligrosos y suelen ser colonias populares y comunidades pobres el canal de desagüe de las inmundicias. La urbanización salvaje, los proyectos carreteros y turísticos, la explotación minera a cielo abierto, la pesca industrial o la explotación petrolera avanzan a nuevas regiones, incluso dentro de las supuestas Áreas Naturales Protegidas (ANP). La criminalización del trabajo bajo la coartada de la protección al ambiente y la represión contra defensores de la naturaleza son cotidianos.

En medio de la devastación y las agresiones, los señores del dinero y los gobiernos diseñan alegremente nuevas agendas, leyes, programas y financiamientos, dicen tener grandes planes de conservación y pretenden reordenar territorios.

El capitalismo reordena territorios pero bajo la teoría de la guerra: destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento de regiones y de naciones para abrir nuevos mercados y modernizar los existentes. El capital termina destruyendo espacios de vida y relaciones sociales de manera desordenada, fragmentada y salvaje.

Las bombas financieras destruyen las bases materiales de la soberanía nacional y producen un despoblamiento cualitativo de quienes no son útiles o estorban en la nueva economía de mercado (por ejemplo los pueblos indígenas y campesinos). Los centros financieros operan, simultáneamente, una reconstrucción de los Estados nacionales y los reordenan según la nueva lógica del mercado mundial.

La crisis ambiental como expresión de conjunto

La etapa actual del capitalismo mundial ha ido agudizando todo un conjunto de crisis que estallan en una gran crisis ambiental. La difícil realidad del cambio climático y del calentamiento global se expresa con indicadores cada vez más claros: derretimiento de hielo en el Océano Ártico, que reduce el reflejo de la luz solar; desprendimientos de glaciares en el Antártico y Groenlandia; aumento del nivel de los océanos, que pone en riesgo a millones de humanos; disminución de glaciares de montaña, que afectan la disponibilidad de agua dulce en regiones enteras del planeta; acidificación de los océanos, que amenaza ecosistemas marinos; inundaciones históricas en China y dismi­nución de rendimientos en cosechas por el aumento de la temperatura en todo el Sureste Asiático; sequías extendiéndose por diferentes regiones, que este año en Rusia causaron devastadores incendios y pérdida de cosechas, lo que provocó un aumento en los precios internacionales del trigo con el potencial para sacudir las reservas mundiales de granos y evidenciar una vez más la crisis alimentaria-financiera.

El sistema alimentario mundial, mayor causante de los niveles de CO2 en la atmósfera[1] y de la falta de soberanía alimentaria en los países pobres, pone en situación de vulnerabilidad a millones de humanos frente a los cambios en los climas que ya afectan cultivos en todo el mundo y frente a la especulación financiera en el mercado mundial (y en los nacionales) de alimentos.

Pero la crisis alimentaria que también vive la humanidad, por ejemplo, no se origina por la escasez de alimentos como por el incremento de precios debido al control de las transnacionales sobre su producción y distribución.

El cercado neoliberal de territorios

Los métodos han cambiado: ya no se trata de conquistar países y volverlos colonias, ahora se conquistan territorios específicos y los gobiernos se vuelven gerencias regionales. En esta nueva relación el capital no ve países sino territorios.

Las políticas agrarias, forestales, ambientales y de conservación implementadas en muchos países requieren ser analizadas en este contexto. En las negociaciones internacionales de la sociedad del poder, como las del Protocolo de Kyoto sobre Cambio Climático, se imponen nuevos negocios que se presentan como soluciones: mercados de carbono, mecanismo de desarrollo limpio, plantaciones comerciales, transgénicos, biocombustibles, geoingeniería. Ahí se diseñan políticas y marcos legales para los países y se preparan trampas para fragmentar los territorios indígenas y campesinos y secuestrarlos con contratos, certificaciones, patentes o dependencia monetaria y tecnológica.

En México, en los últimos 25 años, se han creado o reformado decenas de leyes que impactan en la vida de los pueblos, encaminadas a facilitar el despo­jo de sus territorios. Un momento definitorio se da en abril de 2001 y luego en septiembre de 2002, cuando el conjunto de la clase política (PRI, PAN y PRD) y los tres poderes de la Unión impusieron una ley que traicionaba los Acuerdos de San Andrés. Se estaba cerrando así la posibilidad de llegar a reformas legales por medio de iniciativas sociales-ciudadanas y se mandaba un mensaje claro a todos los que luchan por transformaciones: en el terreno de las instituciones todo está cerrado.

El actual Programa Especial de Cambio Climático (PECC 2009-2012), del gobierno federal, muestra un plan diseñado por “expertos” que pretende realizar un ordenamiento territorial de todo el país, estableciendo políticas y leyes que afectan la agricultura y los bosques de las comunidades y ejidos. No se habla de pueblos indios, ni de territorios, mucho menos de agricultura campesina.

En agricultura, por ejemplo, el PECC tiene como meta reconvertir 125 mil hectáreas de maíz de autoconsumo a bosque, o evitar la agricultura de 3 mil a 2 mil metros sobre el nivel del mar, lo que pondría en riesgo no sólo la autonomía alimentaria de muchos pueblos de montaña, sino también razas y variedades muy especiales de maíz. Se trata de pagar a las comunidades para que dejen de tener sus milpas y, ante la pérdida de autonomía alimentaria: la expul­sión masiva de poblaciones campesinas. Se proyecta también la reconversión de tierras degradadas a plantaciones perennes, la modificación de usos y técnicas agrícolas en el Corredor Biológico Mesoamericano, el desarrollo de cultivos de caña para agrocombustibles, proyectos ecológicos en el padrón de Procampo o regionalizar el país por tipo de cultivo.

Para los bosques, el plan pretende incorporar 2.5 millones de hectáreas a UMAS, convertir 2 mil 175 millones de hectáreas en ANP, realizar ordenamientos territoriales en 2.3 millones de hectáreas, incorporar 4.5 millones de hectáreas en programas de pago por servicios ambientales, estabilizar la frontera impidiendo la conversión de superficies forestales a usos agropecuarios, entre otras metas. Se habla de llegar a 10 millones de hectáreas con proyectos derivados de los mecanismos de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación (REDD). Se trata de una política nacional e internacional de ir regulando y controlando territorios bajo conceptos como “conservación”, “preservación” o “restauración”.

Se habla de ordenamiento de asentamientos humanos en regiones sustentables o de un plan nacional de reubicación de asentamientos humanos. En ese sentido, resulta preocupante la implementación del modelo de Ciudades Rurales Sustentables, piloteado por el gobierno perredista de Sabines y el panista de Calderón, en Nuevo San Juan Grijalva, inaugurada en septiembre de 2009, y pronto en Santiago el Pinar, en los Altos de Chiapas. Estos proyectos muestran el profundo desprecio por las formas de vida campesina, y traen a la memoria viejos proyectos de control, explotación, contrainsurgencia y exterminio del capital. Los millones de expulsados por los planes neoliberales, los desplazados por agresiones ambientales, los damnificados por fenómenos climáticos, se vuelven pretexto y carne de cañón de estas políticas.

Como el PECC no es jurídicamente vinculante, el senador Alberto Cárdenas ya presentó la Iniciativa de Ley de Cambio Climático, también están en proyecto para su “actualización” 34 leyes entre las que destacan aguas y bioenergéticos. En el sector de energía del país —Secretaría de Energía, CFE y Pemex—, fuertemente involucrado en las políticas de cambio climático, se habla de generación privada de energía de origen renovable (y nuclear), se promueven inversiones para producción de agrocombustibles y se anuncian licitaciones para la explotación petrolera en la Selva Lacandona. En las políticas relativas a biodiversidad, deforestación, captura de carbono y cuencas hidrológicas, los organismos operadores son la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), el Instituto Nacional de Ecología, la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y la Comisión Nacional del Agua (Conagua).

La Sagarpa, siempre en manos de neo hacendados, es la encargada de destruir la agricultura campesina tradicional y las semillas criollas, avasallando regiones enteras con fertilizantes químicos, plaguicidas y semillas híbridas y, subsidiando el desarrollo de la gran agroindustria. Ahora también se le llama a reorientar su política de (auto) subsidios hacia los biocombustibles y, en algunos casos, a “sintonizarse” con las estrategias de Conanp o de Conafor y con los gobiernos estatales, como es el ejemplo del programa Guerrero Sin Hambre, donde se pilotea el Programa Especial para la Seguridad Alimentaria, auspiciado por la FAO y asesorado por intelectuales campesinistas cercanos al lopezobradorismo.

Frente a esta enorme crisis no sirve de mucho abrazar grandes declaraciones rumbo a la COP 16, en Cancún, para terminar haciendo cuentas alegres sobre los programas y fuentes de financiamiento, negociando adentro de la cumbre, y finalmente introduciendo toda esta política en las comunidades. En cambio, frente a la crisis ambiental, muchos espacios y movimientos en México y el mundo seguirán trabajando para dar cita a una gran construcción anticapitalista, solidaria, plural y diversa.

De telarañas y redes

Los mecanismos REDD son el punto estratégico que promueve el gobierno mexicano para las negociacio­nes financieras de la COP 16 en Cancún. El uso de instrumentos de mercado para financiar REDD ha crecido de manera importante desde 2009. Y están siendo ajustados para que los principales deforestadores y dueños de grandes plantaciones “forestales” puedan seguir beneficiándose con este negocio, pues se plantea aceptar como “deforestación evitada” dejar 10 por ciento de cubierta forestal original.

Las versiones llamadas REDD+ están enfocadas en bosques y selvas de propiedad colectiva, donde se contratan actividades bajo el concepto de “manejo forestal sustentable”. Al recibir un pago por la capacidad de absorción de CO2 de su bosque, las comunidades deben someterse a criterios, indicadores y prácticas de conservación que les son ajenas, o a firmar el secuestro de fragmentos de la integralidad ecológica de sus territorios mediante contratos que ponen en riesgo su autonomía alimentaria y territorial.

En estos nuevos negocios, las empresas más depredadoras del planeta (petroleras, mineras, acereras, gaseras...) compran créditos de carbono en el mercado estableciendo control en esos territorios por medio de contratos.

Estos mecanismos de mercantilización y especulación se vienen probando desde hace más de diez años en México con la propuesta sobre habilitación y prepara­ción para REDD (Readiness Preparation Proposal) que ha venido desarrollando la Conafor con programas como Pago por Servicios Ambientales.

Con REDD, se tratan de consolidar estas nuevas formas de derechos de propiedad. No la propiedad directa del bosque, sino la de alguna de sus funciones ecosistémicas al ser comercializada en el mercado financiero.

Existen muchos ejemplos de cómo programas de PSA, reservas comunitarias vo­luntarias y, de manera más radical, las ANP afectan formas tradicionales de cuidado de la tierra, del agua, del monte, de la selva, del río, del mar o del desierto. El país se va llenando de estas manchas de conservación y de “regiones prioritarias” donde se ensayan nuevos subsidios: para no tocar partes del terri­torio, para dejar la agricultura de autoconsumo, para cambiar la milpa por cultivos perennes. Se trata de romper culturas de autosuficiencia a cambio de dinero.

El sistema hidrológico nacional está relacionado con estas “regiones prioritarias” pues en muchos casos representan zonas de recarga de acuíferos. Los programas de PSA hidrológicos y las ANP se vienen priorizando en función de las cuencas hidrológicas. No se trata de un tema menor pues muchas ciudades, distritos de riego, regiones, así como la industria dependen del agua y, con ello, de la salud ambiental de las montañas. Estas cabezas de cuenca en muchos casos son zonas ancestralmente cuidadas por pueblos indígenas.
La demanda de muchas comunidades forestales de ser reconocidas en la política nacional y, sobre todo, en la política de subsidios —que se reconozcan las prácticas de conservación y de manejo sustenta­ble que de por sí hacen—, ha sido manoseada para ir introduciendo subsidios perversos, certificaciones y contratos que traicionan a los pueblos. Organizaciones ambientalistas que comenzaron a trabajar en el acompañamiento técnico a las comunidades han quedado atrapadas en la gestión de estos programas.

Todos prevén ejercicios para simular la participación, metodologías que terminan promoviendo el acceso a fuentes de financiamiento prediseñadas, siendo muchas veces una conducción del diálogo de las asambleas o de la participación de algunos comuneros o ejidatarios en los ordenamientos territoriales (OT), en los planes de manejo, en los estudios, en la revisión de estatutos o reglamentos y, muchas veces, en la declaración de zonas de su territorio donde cambia­rá el uso y disfrute del mismo.

En la ruta de la intervención gubernamental primero entra la Conafor con estudios de OT y planes de manejo. En zonas zapotecas de Oaxaca, resulta que comunidades que tienen más de 20 usos de suelo, tipos de aprovechamiento o formas de relacionarse con el territorio, después del OT y según el plan de manejo, ya sólo tienen cuatro, y sólo uno sirve para satisfacer las necesidades de la gente, los demás son objeto de PSA, reservas voluntarias o destinados a proyectos ecoturísticos. Estos programas han dividido a las comunidades, y han generado corrupción y la cooptación de comisariados. Con estos programas y con la “actualización” de leyes, se busca limitar y prohibir sistemas agrícolas tradicionales como los acahuales, la tumba, roza y quema, y muchas formas tradicionales de cuidado del monte.

Pareciera que la sociedad del poder, los gobiernos y sus teóricos olvidan una cosa: a los pueblos que resisten, viven y luchan. Sus planes dependen del aniquilamiento de las rebeldías, por eso insisten en la necesidad de crear fuerzas especiales en la Policía Federal para las ANP y para vigilar contratos en propiedades colectivas. Las ANP son una forma legal para ir regulando, desde el Estado, pero con la “colaboración” de la iniciativa privada, la supuesta conservación de regiones enteras y con ello pretender su control territorial (en éstas áreas se desarrollan actividades de “bioprospección” y “ecoturismo”, megaproyectos carreteros, de minería o de explotación petrolera e hídrica). La tercera parte de las ANP federales se sobreponen con territorios indígenas. Estos proyectos se dan frente al proceso histórico de resistencia de los pueblos indígenas y campesinos.

Tres luchas en los calendarios y las geografías

En la Reserva Integral de la Biosfera Montes Azules, en Chiapas, chocan la Ley Agraria Revolucionaria, vigente en territorio zapatista, con las regulaciones de la LGEEPA y el reglamento de ANP (diseñados durante los sexenios de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo) que han sido pretexto para usar fuerzas represivas para amenazar y desalojar a comunidades zapatistas y no zapatistas, desalojos que se han vuelto cada vez más violentos.

En 1993, bajo la coartada de la protección de la vaquita marina y la totoaba, Salinas decretó la región del alto golfo y delta del Río Colorado como reserva de la biosfera prohibiendo a los indígenas cucapás sus formas de pesca tradicional en esa zona. Poderosas cooperativas pesqueras no indígenas realizan actividades de manera extensiva mientras el gobierno promueve permisos de pesca de arrastre para el sector industrial en las mismas áreas donde los cucapás son perseguidos e incluso detenidos y encarcelados por la marina armada, la Profepa y autoridades estatales. Hace dos siglos había 20 mil cucapás, hoy en día solamente quedan 135.

El Pueblo Wixárika de Jalisco, Nayarit y Durango, se pronunció en septiembre de 2010 por la defensa de su territorio sagrado de Wirikuta, en el desierto de Real de Catorce, donde los gobiernos federal y estatal acaban de entregar 22 concesiones a la minera First Majestic Silver, de origen canadiense, para la explotación de plata a cielo abierto, sobre 6 mil 326 hectáreas que abarcan lugares sagrados, violando el plan de manejo de la ANP de Wirikuta y muchas otras disposiciones legales: “Aclaramos que haremos uso de todos los recursos necesarios para detener este devastador proyecto minero, valiéndonos de recursos jurídicos nacionales e internacionales, así como las acciones de resistencia civil y pacífica que sean necesarias”.

II. Calendarios y geografías de abajo

La resistencia histórica de muchos pueblos indios y campesinos de México tiene raíces que se expresan, por ejemplo, en la concepción del altepetl: el cerro de agua, la unidad pueblo-agua-territorio, las tierras, montes y aguas que lucharon los abuelos, y los abuelos de los abuelos. Ahí se expresa el conocimiento de los más antiguos: los pueblos de montaña que han vivido con los manantiales, los pueblos de los lagos que aprendieron a vivir sobre el agua, el proyecto civilizatorio que se expresa en la agricultura de chinampas, los pueblos del río que por miles de años han vivido pescando, los pueblos del maíz, herederos de nueve mil años de agricultura comunitaria. Formas de vivir en armonía con el agua, con el monte, con el desierto, con la selva, con el acahual, con la parcela...

Estas formas de vivir en la tierra en resistencia, y de mantener equilibrios y relaciones territoriales respetuosas, son las que mantienen el sentido de la comunidad y las que resisten, año con año, en las milpas mexicanas. Optimizan las limitantes de espacio y propician los equilibrios del suelo mediante la siembra asociada de cultivos y la reintegración de la materia orgánica al suelo. La agricultura campesina que se hace en comunidad no sólo enfría el planeta, sino que puede aportar muchas preguntas, respuestas y lecciones frente a la crisis ambiental.

Los pueblos indígenas y campesinos, como guardianes de las semillas nativas, tienen una importancia fundamental frente a la erosión genética del sistema alimentario mundial, a la agricultura industrial y al control de las empresas. La pérdida directa de la agrobiodiversidad indígena y campesina reduce la seguridad alimentaria mundial. Son pueblos indios y pueblos campesinos quienes han sabido ocupar de manera respetuosa, diversificar, domesticar, auspiciar y conservar muchas riquezas que viven en sus territorios.

La lucha por la tierra ha sido el hilo conductor de las rebeliones, revueltas y revoluciones de este país. Eso explica que, a contracorriente de las políticas neoliberales, el México indígena y campesino resista, y que más del 50 por ciento del territorio nacional se encuentre bajo régimen de propiedad social y esté en manos de ejidos y comunidades, y que buena parte de los bosques y selvas del país esté bajo la custodia de los pueblos indios y campesinos. La gran diversidad de formas de resistencia que en esos territorios florecen representa uno de los más grandes obstáculos para la guerra de conquista del capital.

La autonomía es de quien la trabaja

En México, en las últimas tres décadas del siglo XX, muchos pueblos indios comenzaron a fortalecer y reconstruir formas de gobierno, de lucha por la tierra y de defensa de sus territorios. El movimiento zapatista, como proceso de los pueblos rebeldes de Chiapas y como puente para la palabra en México y en el mundo, rápido se encontró con esa parte rebelde del movimiento indígena, primero durante los diálogos de San Andrés Sacamch´en de los Pobres y luego en la construcción del Congreso Nacional Indígena (CNI).

Con el levantamiento zapatista comenzó en Chiapas una revolución agraria: grandes cantidades de tierras pasaron de manos de finqueros a manos de indígenas. El manejo gubernamental de la propiedad de la tierra se consolidó entonces como pieza clave de la contrainsurgencia. Junto con la ocupación militar de los territorios indígenas y los ataques paramilitares, los decretos expropiatorios, la “regularización” de tierras, los desalojos violentos y los programas de gobierno han sido estrategias de una guerra contra las comunidades en resistencia que no se ha detenido desde febrero de 1995 y que se agrava cada vez más. A pesar de ésta, la recuperación de tierras (la expropiación de los medios de producción) y la propia experiencia zapatista han permitido la construcción de territorios, gobiernos y procesos autonómicos, con avances significativos en participación de las mujeres, gobierno, justicia, salud, educación, vivienda, alimentación, agroecología, comercialización, comunicación, cultura e información. Las comunidades zapatistas tomaron en sus manos el control de su destino y pasaron, de ser peones, a ser dueños de sus tierras, trabajarlas y vivir colectivamente de ellas. Con ese esfuerzo siguen demostrando que sí hay otros caminos diferentes al capitalismo.

Los desastres (no) naturales y la solidaridad de abajo

La memoria nos lleva a Tabasco en el calendario y la geografía de la destrucción. En septiembre de 2007, el río Grijalva y el río Carrizales se desbordaron, dejando el 70 por ciento del territorio de Tabasco bajo el agua y un saldo escalofriante de un millón de afectados y, al menos, 80 mil viviendas destruidas. Felipe Calderón se escudó en una explicación muy de moda: el cambio climático. Así que no fue necesario buscar o ubicar una responsabilidad concreta, como si el cambio climático se tratara de una tragedia divina. El autodenominado presidente incluso responsabilizó a la luna por las mareas.

Sin embargo, las voces de abajo fueron reconstruyendo historias. Periodistas señalaron que “una de las causas de la inundación es la venta de tierras y la construcción de casas y almacenes comerciales en zonas pantanosas, que tienen que ser rellenadas, tapando así los vasos reguladores de la ciudad e impidiendo la circulación y absorción del agua. En zonas rellenadas se construyeron centros comerciales como Wal Mart, Sam´s, Chedrahui, Cinépolis”.

Indígenas chontales contaron: “dicen los abuelitos que antes llovía más o igual, pero no se inundaba, ¿por qué ahora sí? Dicen que es por las construcciones que están haciendo y que tapan los caminos del agua”. Compañeros de Villahermosa de La Otra Campaña señalaron: “Si el origen fundamental de la catástrofe hubieran sido las lluvias, la Laguna de las Ilusiones tendría que haberse desbordado y eso no sucedió. Las inundaciones fueron un crimen, porque hubo un desfogue de la presa Peñitas y ésa fue el agua que inundó Villahermosa”.

Después se conoció que la presa colapsó porque sólo generaba electricidad en las noches, pues se estaba comprando electricidad generada con gas. Atrás de estas decisiones estuvo Repsol que presionó al gobierno mexicano. Otro hecho concreto fue que la zona hotelera y las colonias ricas no fueron afectadas, gracias a las obras que ahí sí se hicieron para prevenir las inundaciones.

A tres años de la tragedia de Tabasco, lo que queda para la memoria es la gran solidaridad que se despertó en el pueblo de México. La mayor parte de los alimentos, bebidas y medicinas que llegaron fueron colectados por la sociedad civil mexicana. Pero hay otra ayuda que se hizo presente desde los primeros días en las comunidades más pobres de Tabasco. En palabras de una compañera de la región de Tacotalpa: “Hubo interés de los compas zapatistas de saber cómo estábamos, en qué condiciones. Nos dijeron que podíamos contar con los municipios autónomos como albergues seguros (…) Los bases de apoyo convocaron en Tila y en los municipios autónomos a la solidaridad con nosotros. Los tres camiones de carga que vinieron de Tila, el día 3 de noviembre, fueron de las primeras ayudas que el estado recibió”.

“Sabíamos que, junto con la ayuda de la sociedad civil y la parroquia de Tila, venía el apoyo de las bases zapatistas de la zona norte. Pero la región de Tacotalpa estaba incomunicada, y no entraban ni los camiones pesados. Entonces, en medio de la serranía y ante la mirada asombrada de los pueblos vecinos, se vio bajar de la montaña una fila larga de más de 50 hombres, 30 mujeres y muchos niños, meros bases de apoyo zapatista, quienes bajaron, cargando en sus hombros por varias horas, sacos con maíz, frijol, tostadas, pozol, pinole, azúcar, naranjas, mandarinas, limones, calabazas, yucas, macal, agua embotellada. Luego llegaron otras dos camionetas con ayuda. Los compas también venían a escuchar nuestro dolor, que dijéramos qué era lo que estaba pasando, cómo estábamos. Que sacáramos nuestro dolor, para comenzar a curarlo”. Nosotros, queremos un mundo como ése que bajó de la montaña zapatista para ayudar al necesitado, es decir, otro mundo.

Los destellos del arcoiris

Los recorridos de la Comisión Sexta por el México de abajo, la lucha por la liberación de l@s pres@s y la Red Nacional Contra la Represión, los Encuentros de los pueblos zapatistas con los pueblos del mundo, el Primer Encuentro de Pueblos Indios de América en Vícam, Sonora, el Primer Festival Mundial de la Digna Rabia, las denuncias de la página de Enlace Zapatista, entre otros espacios, han permitido escuchar y acercar la experiencia de lucha y resistencia de campesinos, de pescadores y de pueblos indios que son un ejemplo de dignidad y de lucha por la defensa de la tierra y el territorio. Como la que libran los pueblos indios del Noroeste frente a los grandes proyectos turísticos, las áreas naturales protegidas y el despojo de sus territorios, frente a las armadoras, las compañías pesqueras depredadoras, los invasores madereros, ganaderos y agroindustriales, frente a la renta de su tierra y al control de sus ríos y pozos de agua. O la de las trabajadoras de la maquila que, además de luchar por su dignidad, luchan por defender sus espacios de vida frente a la contaminación que genera ese tipo de industria. También a campesinos sin tierra o en proceso de ser despojados de ella.

Conocimos a los pueblos mayas del sureste, a los rebeldes de las siete regiones de Oaxaca, a los pueblos nahuas de la costa michoacana que dan pasos importantes en defensa de sus territorios ancestrales, el esfuerzo del CNI que camina en la región Centro-Pacífico y que en el Noroeste convocó, junto con la Comisión Sexta y las autoridades de la Tribu Yaqui, a los pueblos indios de América a la histórica reunión de Vícam.

Este arco iris de luchas ambientales anticapitalistas, además de convocar a la defensa de la Madre Tierra y de la vida, ha abierto ventanas hacia la construcción de alternativas reales. La riqueza de experiencias autónomas que desde abajo se levantan muestra que es posible construir otra cosa. En muchas geografías del mundo, los espacios de lucha, encuentro y solidaridad siguen sus caminos: por la defensa del agua, los afectados por presas, por la minería, afectados ambientales, pueblos “auto-convocados” o pueblos “fumigados” son ejemplos que muestran una urgencia. La grave realidad de la crisis climática marca en el calendario de abajo el tiempo de una construcción anticapitalista global. Y son pueblos indígenas y campesinos, sobrevivientes y guardianes, quienes llevan una de las batallas definitorias: la defensa de la tierra y el territorio, y, con ello, de las culturas y de las formas de estar en el mundo.

Una rebeldía en el calendario de abajo

Desde el territorio de la tribu yaqui, el llamado a la resistencia de la vara parlante se vuelve nuevamente murmullo: “La Tribu Yaqui-Congreso Nacional Indígena, junto con la Sociedad Civil del Valle del Yaqui, hemos acordado la defensa de nuestra agua, que el mal gobierno y los ricos nos quieren despojar, porque la tierra, el viento, el agua y el fuego son elementos de nuestro origen de la vida, no se venden y con la vida se defienden. Por lo que convocamos a todos los pueblos, naciones, tribus, barrios, colectivos, organizaciones indígenas y no indígenas honestas nacionales e internaciones al Primer Foro en Defensa del Agua, a realizarse los días 20 y 21 de noviembre del 2010, en la Comunidad de la Tribu Yaqui de Vícam, Sonora, México”



[1] Algunas investigaciones calculan que la agricultura industrial y el sistema alimentario mundial —producción, procesamiento, empaque, refrigeración y transporte de alimentos— emiten entre 44 y 57 por ciento de los Gases de Efecto Invernadero (GEI) a nivel global. Se calcula que esas emisiones podrían ser reducidas, por ejemplo, recuperando la materia orgánica del suelo (20 a 35 por ciento), acabando con la concentración de la producción de carne (5 a 9 por ciento), recuperando los mercados locales y alimentos frescos que se producen en las regiones (10 a 12 por ciento), deteniendo el desmonte y la deforestación, principalmente el de las plantaciones industriales y la ganaderización de gran escala (15 a 18 por ciento).

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