Martes 22 de Enero de 2013 Tlachinollan
Hace
18 años las comunidades me’phaa y na savi de San Luis Acatlán y
Malinaltepec, se organizaron para detener a los asaltantes, roba vacas,
violadores y homicidas, que por varios años tenían asolada la región.
En asambleas regionales discutieron qué hacer con ellos: ¿castigarlos
conforme a sus sistemas normativos o entregarlos a las autoridades
encargadas de investigar los delitos? Prevaleció la postura de llevarlos
ante el Ministerio Público para que se encargara de realizar las
investigaciones correspondientes. Las consecuencias fueron funestas,
porque los delincuentes afianzaron su poder destructor con la
complicidad del órgano investigador, que de manera insolente los dejaba
en libertad.
Esta autoridad aprovechó la oportunidad para hacer negocio
con el sufrimiento de las víctimas. Sin ningún rubor pretextaba que no
había quién señalara a los detenidos como responsables de cometer algún
delito. Las autoridades ministeriales no sólo lucraron con este
esfuerzo ciudadano, sino que se encargaron de ensanchar el camino de la
impunidad para fortalecer la organización criminal.
Las
comunidades entendieron que este intento de coordinación y coadyuvancia
con las autoridades era infructuoso. No tenía caso arriesgar la vida
para que se beneficiaran económicamente del trabajo que hacía la
población al contener la ola delincuencial. Lo que pasó fue que la
violencia se exacerbó y los delincuentes se engallaron. Se sintieron
intocables y extendieron sus dominios y sus redes delincuenciales.
Esta
amarga experiencia dejó una gran lección; la confianza ciega en un
gobierno corrupto mata la vida del pueblo. Ya no volvieron a hacerle el
trabajo gratis a los policías, a los ministerios públicos ni a los
jueces. Por eso la población en otra asamblea regional realizada en la
comunidad me’phaa de El Rincón, decidió ejercer su derecho a proteger su
vida, su integridad personal, su seguridad y su patrimonio. Sin pedir
permiso al gobierno, retomó y aplicó su sistema de seguridad y justicia
comunitarias, constituyendo su propio órgano de procuración y
administración de justicia. Fue en octubre de 1995 cuando la policía
comunitaria jura ante la asamblea regional, defender al pueblo haciendo
uso de su poder coercitivo y persuasivo, conforme a sus usos y
costumbres.
Otra
experiencia reciente sucedió en la cabecera municipal de Huamuxtitlán,
el sábado 2 de junio de 2012 cuando los habitantes advirtieron que por
las principales calles del poblado circulaban varias camionetas sin
placas y con vidrios polarizados, transportando en su interior a gente
armada. El consejo ciudadano, formado desde el 2010 al margen y contra
la voluntad de la presidenta municipal, se organizó para enfrentar
cualquier eventualidad. No pasaron más de tres horas cuando les llegó la
información de que en el basurero habían levantado al hijo de un
vendedor de frutas, y que le habían quitado su camioneta. El consejo
tocó las campanas y congregó a la población en la gasolinera. Los
vecinos sacaron sus armas y en varias camionetas salieron en busca de
los levantados y de sus agresores. Grande fue la sorpresa de la gente al
ver que las camionetas sospechosas iban resguardadas por la Policía
Ministerial. Se dio la confrontación y en la trifulca hirieron a dos del
consejo ciudadano, sin que los del grupo contrario tuvieran alguna
baja. La búsqueda de los pobladores no fue infructuosa porque lograron
rescatar a 17 personas.
Algunos
habitantes también vieron que con su vehículo el presidente interino le
abría paso a las camionetas de los armados. Esta confabulación de la
autoridad, la población se la cobró muy cara; lo detuvieron y lo
llevaron a la plaza pública para enjuiciarlo. La indignación fue tan
grande que la gente se abalanzó contra él y lo vapuleó a más no poder.
Después
de rescatar a los secuestrados y al calor del enfrentamiento, un grupo
de ciudadanos quemó la comandancia de la Policía Ministerial y una de
sus camionetas. Por su parte, los ministeriales huyeron de la cabecera.
Más tarde los elementos de la policía preventiva municipal fueron
desarmados cuando la gente encontró dentro de la comandancia a una niña
atada a una cama.
La
indolencia de las autoridades del estado generó mayor encono. No
atinaban qué hacer. Sentían que el mundo se les venía encima ante el
riesgo inminente de que lincharan al presidente, a unas semanas de las
elecciones presidenciales.
La
exigencia de los ciudadanos y ciudadanas fue el desafuero del
presidente, la salida de la Policía Ministerial, la destitución de todos
los policías municipales, la instalación de un consejo ciudadano y la
conformación de la policía ciudadana, que actualmente trabaja en
coordinación con la Policía Comunitaria.
En
el municipio de Ayutla de los Libres, donde se han consumado graves
violaciones a los derechos humanos cometidas por el Ejército mexicano,
como la masacre de El Charco y la violación sexual contra Inés
Fernández, los pueblos me’phaa y na savi no solo han tenido la fuerza y
la osadía para llegar a la Corte Interamericana y sentar en el banquillo
de los violadores de derechos humanos al Estado mexicano, sino que
también cuentan con el valor y la audacia de increpar a las autoridades y
enfrentar a los grupos del crimen organizado.
Desde
aquellos años, la Organización del Pueblo Indígena Me’phaa (OPIM), a
la que pertenece Inés Fernández y la Organización para el Futuro del
Pueblo Mixteco (OFPM), sufrieron persecuciones, encarcelamientos
injustos, desplazamientos forzosos y hasta ejecuciones extrajudiciales,
como las de Lorenzo Fernández (hermano de Inés), Raúl Lucas Lucía y
Manuel Ponce Rosas, defensores del pueblo na savi.
Este
clima hostil alentado por una estrategia contrainsurgente, ante la
reaparición de la guerrilla, se empeñó en destruir el tejido
comunitario y criminalizar la lucha social. La misma situación de
pobreza extrema, que por siglos padecen estos pueblos, se tornó
siniestra por el nivel de violencia e inseguridad que, a punta de
amenazas y balas, fueron imponiendo los grupos de la delincuencia
organizada, cobijados, tolerados y tratados como aliados, por parte del
mismo Ejército, las corporaciones policiacas, las autoridades
ministeriales y las municipales, quienes se encargan de realizar el
trabajo sucio en este esquema de guerra de baja intensidad. La
permisividad delictiva por parte del gobierno alentó la proliferación de
grupos delincuenciales que crecieron bajo la sombra de personajes de la
región que ostentan el poder económico y político.
Estos
movimientos de autodefensa armada protagonizada por los pueblos nos
hablan de las debilidades no sólo en los aparatos de seguridad y
justicia, sino también en la provisión de servicios sociales básicos y
en las oportunidades de desarrollo para la población más pobre. Son
vacíos y ausencias que ahora están siendo cubiertos por grupos
delictivos que encuentran una base social dispuesta a involucrarse en
actividades ilícitas. La paradoja está en que el crimen organizado es el
que ofrece trabajo a la población, en lugar de que el gobierno brinde
estas oportunidades. La descomposición social tiene su fuente en la
corrupción gubernamental, que de manera irresponsable dejó incubar el
cáncer de la delincuencia organizada.
Los
grupos de autodefensa no solo luchan contra estos grupos, sino contra
las mismas autoridades que están coludidas con la delincuencia
organizada de manera muy fragmentada y caótica. Esta situación explica
la barbarización de la violencia organizada, que ha costado cientos de
vidas a las y los guerrerenses. Las cabeceras municipales de Ayutla y
Tecoanapa con la participación de varias comunidades indígenas,
decidieron asumir todos los riesgos que implicaba la autodefensa
armada. Enfrentaron a los grupos de la delincuencia con la contundencia y
la fuerza que requerían las circunstancias tan adversas. Recuperaron
los espacios donde se parapetaban estos grupúsculos y se llevaron
detenidos a quienes habían impuesto el terror.
La
población constató que no es lo mismo que el pueblo tome en sus manos
la seguridad a que se deje a las fuerzas policiacas y militares esta
tarea, porque de inmediato los grupos de la delincuencia se reposicionan
y vuelven por sus fueros. Lamentablemente a esta crisis de
gobernabilidad las autoridades y los partidos políticos le llaman
normalidad democrática: vivir con miedo, ser víctima de secuestros,
extorsiones, amenazas y asesinatos, es parte del destino de las y los
guerrerenses pobres.
Esta
acción fue exitosa porque no tuvo banderas políticas, ni permitieron
que fuera manoseada por las autoridades civiles y militares. Fue una
acción ciudadana ejemplar, realizada de manera impecable, organizada
desde la base comunitaria, plagada de solidaridad y de mucho sacrificio.
Todos y todas se involucraron: haciendo la comida, las tortillas,
acarreando agua, turnándose en las guardias, realizando recorridos,
instalando retenes, revisando vehículos, trasladando a los detenidos,
organizándose para darle de comer y cuidar a los detenidos, vigilar la
entrada y salida de los pueblos.
En
la cosmovisión de los pueblos no es posible que un delincuente ponga en
jaque al pueblo y que una persona que causa daños, se ponga por encima
de la comunidad. En estos contextos nadie puede pisotear la dignidad de
las personas y si lo llegara a hacer, la misma comunidad no dudaría en
echarlo a la cárcel. Por eso la gente al asumir la autodefensa no
titubeó en someter a los miembros de la delincuencia y llevarlos a sus
cárceles.
A
pesar de esta enorme contribución a la seguridad ciudadana, que no les
costó nada a las autoridades, prevalece una visión racista entre las
elites políticas y económicas, que ven resabios de barbarie, de gente
ignorante que vive del pasado. Los catalogan como atrasados, atávicos e
irracionales. La incultura y arrogancia de estos sectores que son
incapaces de comprometerse con causas que enaltecen a la persona, les
impiden reconocer el valioso aporte de estos pueblos que son guerreros.
Que están decididos a cambiar las cosas y a saber actuar de manera
colectiva y solidaria. De innovar y tener la fuerza para transformar
desde las bases las estructuras que subyugan la vida del pueblo.
Ante
estos hechos delincuenciales consentidos por los gobiernos, los pueblos
siempre han exigido que respeten sus derechos, que no criminalicen su
lucha ni sus formas de gobierno e impartición de justicia y que los
reconozcan como sujetos de derecho, en condiciones de equidad e
igualdad.
Nos
queda claro que el destino de Guerrero está en manos de las y los
guerrerenses de a pie y no en los políticos que han conformado una
mafiocracia que vegeta, en detrimento de la vida y la seguridad de los
más pobres.
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